...Suite...
Faber est suae quisque fortunae
La habitación en semi-penumbras, aromatizada con un ingenioso artilugio, muy distante al desagradable hedor del incienso barato. Los vidrios ahumados permitían observar en toda su plenitud el atardecer, poder sostenerle la mirada al mismísimo sol, sin tener que pagar una consecuencia.
Pero la vista misma era aburrida para el casual observador. Su belleza radicaba en el mar de emociones que era capaz de suscitar en quien lo apreciara. Y para un individuo en particular, el dueño de la habitación más lujosa de Manhattan, aquello significaba más que el mundo.
¿Cuánto hacía desde que había podido observar el sol con sus propios ojos, y no a través de fotografías o monitores? Parecía ser algo así como un siglo para él. Y aquí estaba, inaugurando su posesión más valiosa.
Pero estaba solo. Y lamentaba este hecho terriblemente. Sus hijos yacían desperdigados por el mundo, huyendo de él, y discutiendo sobre la herencia a sus espaldas. Él, anciano y cansino, no en cuerpo, sino en alma, simplemente los dejaba ser. La vida había perdido su sabor… no… los VIVOS habían perdido su sabor.
Había amado en su momento la cálida sensación que bajaba por su garganta en los momentos de gula. Como el sabor variaba de comida en comida. Un toque ácido, un dejo de amargura, y otras veces, un dulzor extraordinario.
Ahora todo sabía igual. Todo sabía a polvo. El momento se acercaba, y daba paso a su último aliento.
Su acompañante, su criada, su sierva, su manceba, lo miraba con tristeza. Para él, era una más en una larga lista de muchachas que se acercaban a él por la posible recompensa, un poco de aquello que había acumulado con los años. Pero para ella, era un tema personal.
-No planeo darte mi sangre, querida.
-Tampoco estaba interesada en ella. Ni tampoco quiero tu dinero. Tú me rescataste de las calles, yo sólo tengo esa deuda por saldar.
-¿Qué harás entonces a partir de mañana?
Le muchacha acarició suavemente el cabello de su señor, y guió su cabeza hacia su regazo. –No habrá mañana para mí. Moriré contigo en mis brazos.
Una lágrima de sangre acompañó las palabras. –Hagámoslo entonces.
Un mudo asentimiento. Un movimiento sutil, y las ventanas comenzaron a replegarse, dejando entrar los últimos rayos del sol sobre el horizonte. Los últimos rayos de sol para los dos amantes.
-Hace un milenio comencé con esta “vida” y hoy me arrepiento de cada segundo que traté de evadir a la muerte. Mi progenie sólo quiere beber mi sangre, para volverse más fuerte, para sentirse antiguos. Yo sólo quiero descansar…
-Shhh… duerme ahora. Veámonos juntos del otro lado.
La marmórea piel del hombre se había encendido en el mismo momento en que el primer rayo penetró en la habitación. Ahora las llamas lo engullían todo. Pero ellos estaban más allá del dolor.
-No hay otro lado, querida, no para mí…
1 comentario:
hola niño de la escuela de verano :)
me gustó y sorprendió tu cuento :D así que planeo seguir curiosiando en tus publicaciones anteriores, y de mas esta decir que apretaré el amigable botón de seguir :B
Keep it going :)
H&K
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