01/10/12
"En tres partes se divide el alma humana:
en mente, en sabiduría y en ira".
-Pitágoras
Respiró profundo y
trató de apartar de su mente la imagen donde le gritaba hasta el cansancio a la
imposiblemente molesta señora que se hallaba de pie junto a él. Podía soportar
el agobiante hedor a humanidad que perspiraba la micro. Podía soportar la
compresión. Podía soportar el calor del motor bajo sus pies. En circunstancias
menos afortunadas que las de ese día podía soportar el tener que realizar el
trayecto de casi cincuenta minutos de pie. Pero lo que no podía soportar, y
realmente le crispaba los nervios, era el sonido de la mandíbula inicua de la
inculta mujer que se hallaba de pie junto a él. Podía ver como el chicle dejaba
ir los dientes de la mandíbula inferior con un estridente grito de succión.
Cómo el aire lloraba cuando era aplastado nuevamente entre ambos entes
marfilados. Podía escuchar cómo se separaban, célula por célula, los labios
gruesos y gastados de la ordinaria matrona del desencanto. Escuchar ese
chasquido exasperante cuando fracasaba el intento de generar un globo. Y no es
que odiara el chicle, no. Pero él cuidaba mantener siempre la decencia y
mantener su boca firmemente cerrada todo el tiempo, nada de andar mostrándole al
resto del mundo que tan sucia y decaída estaba su dentadura, con tres empastes
y dos amalgamas, de las antiguas, que sonaban diferente cuando el chicle pasaba
de la parte delantera a la parte posterior de la boca de ese energúmeno. Podía
escuchar el sonido amargo, el chasquido ácido, la textura grisácea de desgaste,
podía incluso sufrir la vergüenza de la goma que dio origen a la víctima de
semejante afrenta contra la deferencia hacia el prójimo.
Sacó sus audífonos
y colocó la música lo más fuerte que pudo. Ni siquiera los tarros más
ostentosos ni las guitarras más melódicas podían apartar sus pensamientos de la
imagen de una boca gigante que mascaba a su lado, directamente sobre su oreja,
como tratando de arrancarle la vida a algo intrínsecamente inerte. Buscó y
rebuscó, hasta dar con algo que no recordaba haber cargado al aparato. Sinfonía
del Nuevo mundo. Sería interesante, se dijo.
El resto del mundo
se disolvió en un instante. Dejó de existir todo para él. Se entregó por
completo a una excitación tan antigua como la vida misma. Estaba a punto de
alcanzar el clímax en el Scherzo,
cuando un golpeteo débil pero insistente y sumamente irritante lo obligó a
volver a la realidad.
-Oye ¿Por qué no me
dai el asiento?- Sonido de succión – ¿O no veí que vengo cansáa?- Chasquido.
-Señora…
-¡Señorita!
Desubicaó pa’ má’ remate
-Señora…
-¡Señorita, weon oh’!
-Señora,- Antes de que pudiese responderle
de nuevo, le lanzo una mirada asesina que la hizo callar.- No pienso darle el asiento. –Ni se inmutó frente a la mirada de
desconcierto del resto de los pasajeros. De hecho, estaba más que acostumbrado –Suelo ser yo una persona bastante deferente,
pero debo admitir que me ha usted colmado la paciencia.
-¡¿Qué te hai
imaginao pendejo reculiao!? ¿Vo creí que toy pal webeo tuyo?
-Señora.
-¡Señorita mierda!
Se levantó de golpe
y sujetó su garganta con la mano derecha, justo sobre la laringe. Apretó
levemente, cortándole la respiración. -¿Me
escuchará ahora usted?- Asintió levemente, pálida del susto. El resto de
los pasajeros no prestaba la menor atención. –No planeo darle yo a usted mi asiento. Verá, no tengo motivo para
hacerlo. Podrá usted venir cansada, pero yo también lo estoy, y el que sea al
menos diez años menor que usted no es excusa suficiente, porque he tenido un
día seguramente diez veces más pesado que el suyo, y yo también quiero
disfrutar de tanto en tanto del lujo de realizar mi trayecto sentado. Por otro
lado, no es usted quién para hablarme de modales y buenas costumbres, si no es
capaz de mantener para usted y su privacidad la sarta de abominaciones que es
capaz de introducir entre sus mandíbulas. No me interesa a mi ni a nadie de los
aquí presentes el sabor no la marca de la goma de mascar que tanto disfruta,
produciendo una contaminación ambiental comparable a un zoológico. Me retracto,
he conocido bestias más recatadas que usted y su mordida. – Apretó un poco
más la garganta. Ya casi no había color y los ojos parecían perder el enfoque –De modo que no es usted merecedora de mi
tiempo ni mucho menos de mi compasión. –la soltó de pronto y volvió a
sentarse.
Abrió los ojos.
Empezaba el Allegro en sus oídos, y
la señora seguía a su lado, con su ruido infernal. Se había dormido. Había sido
un sueño agradable.
Se levantó,
presionó el botón y esperó. Cuando el vehículo se detuvo, descendió y emprendió
el trayecto que le faltaba a pie. Se fue sonriendo. Llego a su casa, y fingió
comodidad e incluso se las ingenio para fingir que fraternizaba con su familia.
Entro a su habitación y cerró la puerta tras de sí. Sacó el sobre negro y lo
colocó sobre el escritorio. Ni siquiera necesitaba abrirlo todavía. Ya sabía todo
lo necesario por el momento. Había sido elegido y con eso tenía suficiente.
Alguien finalmente había reconocido a su verdadero yo a través de su actuación.
“Trata a los demás como quieres que te traten así”, qué mentira más grande ¿Por
qué nadie respondía a sus insultos, ah?
Bueno, si lo que se
decía era cierto, ahora tenía una posibilidad concreta de encontrarse con
alguien parecido a él, con quién poder sostener una conversación de mentiras en
la que quizás lograra encontrar alguna verdad. Porque llevaba tanto tiempo en su
papel de hijo, padre sustituto, alumno aplicado, persona agradable, que ya ni
siquiera sabía si había algo que fuese real en él.
Aparte de su odio,
claro. Eso sí sabía que era real…
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