...Highway...
Acostado a todo lo largo y ancho
de mi espalda, mostrando mis vertebras al mundo bajo una piel tirante y
agrietada por las larga horas al sol, me detengo a pensar mientras el mundo
sigue con su movimiento. Hace años que estoy postrado, sin poder ponerme de pie
por mi cuenta. Esperando que algo suceda. Envidio a mi prima que no tiene más
que proponérselo y visita todas las grandes capitales de América. Antes solía
compadecerme de mi mismo, y dejaba que otros me pasaran encima. Hace algún tiempo
decidí luchar y descuidé mi presencia como un gesto de rebeldía. Me hice
perforaciones para ponerme a la moda, pero siempre se me cerraban o se
infectaban con las primeras lluvias. Descubrí después que para todo el mundo no
soy más que un objeto, reparable a veces, ignorado la mayor parte del tiempo,
hasta que alguien decide culparme de algo que no es más mi culpa que el ponerse
del sol y la luna.
Pero claro, todos tenemos un
punto donde nuestra voluntad se quiebra y finalmente cedemos a la rutina. Ya no
me molestaba el ruido que hacían sólo para provocarme, ni el humo de
cigarrillos y tubos de escape, ni que me salpicaran agua al pasar, ni que la
gente comenzara a evitarme porque siempre que pasaban cerca de mí algo sucedía,
sonaba una alarma y los obligaban a pagara multa por algo que no tenía sentido.
Así pasaban los años mientras yo me acostumbraba a mi situación.
Entonces la conocía a ella. Se
hacía llamar Eclipse. Escribía todas las noches escondida frente a la entrada
de su casa. Estoy segura que al pasar la primera vez me guiñó el ojo y me hizo
cambio de luces desde la vía contraria. Todos los días, por algún milagro
misterios, hacía el mismo recorrido y yo la miraba, aún recostado, sin
posibilidad de ponerme de pie, pasar a toda máquina, y deseaba tener ruedas y
poder seguirla. Ella no me tenía miedo, me abrazaba y prometía un encuentro tan
profundo como veloz.
Comencé a preocuparme por mi
aspecto nuevamente. Conseguí que un dermatólogo muy bueno que logro alisar mi
piel aplicando tratamientos con asfalto, uno sobre otro, hasta que finalmente
me veía lozano y bello.
Pero cuando quise levantarme, no
pude. Cuando quise respirar su aroma, no pude. Cuando quise observarla
eternamente, no pude.
Si sólo tuviese piernas para
poder correr tras ella. Si sólo tuviese pulmones para inspirar su esencia. Si
solo tuviese un momento para vivir en la eternidad de ese instante precioso. Si
pudiese desprenderme de todo lo haría con tal de seguirla a ella.
Entonces me reporté enfermo. Me
despidieron. Pero logré seguirla hasta su casa. El caos de Santiago nunca me
importó menos. Miles de vehículos esperaban para poder cruzar sobre mí, pero yo
estaba con la única que quería que cruzase sobre mí. Yo era suyo, privado,
concesionado si así gustan.
Ese día todo los Chilenos tuvieron que caminar, porque no había acera
para transitar.
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