Los astros titilaban como avergonzados, mientras la escrutadora mirada de una joven pareja los despojaba de su eterno aislamiento.
El cielo se abría a sus anchas sobre un azul profundo, que se encrespaba en la costa, bailando al son del suave susurro del viento.
Un último, silencioso, resplandor resbalaba sobre los oscuros cabellos de la muchacha, asida con firmeza al torso de su acompañante.
Las estrellas no escaparán a su muerte, no pueden ir más allá del tiempo.
Pero el tiempo es incapaz de sobreponerse a la infinidad que dos personas y un palpitar al unísono son capaces de crear.
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