sábado, 29 de septiembre de 2012

Samhain (II)


29/09/12
“Roxanne (…)
You don't have to sell your body to the night
-Fall out boys
Miró casi con desprecio lo que la señora recatada había depositado en su mano. “Claro, como la ven a una con uniforme creen que no necesito nada, perra”. Cerró el puño con fuerza, lo suficiente para que la miserable moneda de cincuenta pesos dejase su marca en la palma de su mano. Luego la dejó caen en el bolsillo del uniforme que el supermercado al obligaba a llevar. Había estado todo el día de empaquetadora, necesitaba urgente conseguir fondos. Sería descarado tener que volver a pedirle dinero a sus amigos para poder cenar. Pero la desquiciaban esas señoras, con sus trillones de cosas, bolsa tras bolsa ¿Y qué obtenía? Una miserable moneda que ya ni siquiera alcanza para más que tres frugelles. Estaba segura de que esas señoras ni siquiera sabían el valor de una moneda bien trabajada.

Suspiró profundamente. No tenía sentido hacerse mala sangre por viejas cuicas. La miró con el rostro más inocente que pudo, y dijo, sin mirarla a los ojos –que no hubiese cambiado nada, pues la señora tampoco la miraba, como si fuese indigno mezclarse con esa clase de gente-: Muchas gracias.

Cuando la señora ya se alejaba, su hijo colocó algo en su mano. Era un muchacho bastante apuesto, si no tuviese semejante madre, seguramente se le habría insinuado, aunque fuese un poquito. El joven le sonrió sin coquetería, más bien como una disculpa, y se fue. Cuando abrió su mano, encontró un billete de mil pesos. Se escapó de sus labios una risita nerviosa. Con esto podría comer de verdad, y no sólo fideos instantáneos. Lo miró para darle las gracias, y se dio cuenta de que se había marchado en cuanto le diese el dinero.

Un carraspeo la devolvió a la realidad. La cajera ya estaba a la mitad de otra venta y ella no había empezado con las bolsas. Guardó rápidamente el diner y siguió con lo suyo, avergonzada de su reacción y censurándose por el calor interno que intentaba aflorar en su cuerpo. Cerró su mente y se concentró en terminar pronto su turno. De seguro que cuando comiese algo esa sensación incómoda desaparecería de su estómago.

Volvió a casa orgullosa, con una bolsa pequeña con algunas verduras frescas, huevos e incluso un par de hamburguesas. Aún le quedaba un poco de pan del otro día, seguramente estaría un poco duro, pero si lo ponía a tostar, y con un poco de carne, lechuga y tomate ni lo notaría. Llevaba tres días comiendo de esas pastas instantáneas que no son malas, pero cansan rápidamente, y aún le quedaban cinco días para fin de mes. Su orgullo le impedía llamar a sus padres por dinero. Además, ellos ya tenían bastante pagando su mensualidad, y la de sus hermanas. Pero bueno, las cosas estaban como estaban y no había nada que pudiese hacer en el tiempo inmediato. Cuando egresara, regresaría al norte y podría llevar una vida un poco más tranquila.

Sólo cuando ya se encontraba completamente satisfecha, y estaba a punto de dejarse caer sobre su cama para despertar de doce a quince horas después, se percató del sobre. Estaba a unos pocos centímetros de su puerta, seguramente lo habían deslizado hacia el interior. No le había llamado antes la atención porque era negro, y se confundía con la sucia alfombra. Lo recogió, y lo leyó con cuidado. Más propaganda se dijo, y lo dejó por ahí. Mañana también tenía turno, pero gracias a Dios era en la tarde. Rió por lo bajo.

-Sí, claro… ¡gracias, Dios!- la ironía en su voz era casi palpable. Al menos se desquitaba con algo que no existe en vez de una persona. Extrañaba a Joaquín, pero después de esa pelea, seguramente ni siquiera quería saber de ella. Cerró los ojos antes de que una lágrima escapara y se llevara consigo su amargura. Nada haría que dejase de odiarse a si misma por eso. No se perdonaría.

Dejó que Morfeo se la llevase consigo y se abandonó a la ilusión de que jamás había peleado con Joaquín, que seguían juntos. Que los dos pasaban hambre y frió, pero al menos estaban juntos, y podían darse calor y ayudarse a olvidar el hambre. Ahora no podía hacer nada de eso. Se abrazó sus rodillas y cayó profundamente dormida.

Despertó sobresaltada. Su reloj no había sonado, lo sabía, porque hacía demasiado calor para la hora en que debía levantarse. Miró el reloj y saltó de la cama. Se arrojó al chorro de agua y se vistió como pudo, tomó en el camino su uniforme y las hojas sobre la mesa, acostumbrada por dejar siempre ahí las cuentas atrasadas apenas dos días antes de que le cortaran el servicio. Bajó las escaleras aún estilando, y corrió hacia el metro. Durante el trayecto era consciente de que atraía las miradas, entre su vestimenta ligeramente osada y su cuerpo aún húmedo y exhausto, pero en realidad no le importaba. Necesitaba mantener su trabajo, y llegar tarde era la única maldita causal de despido.

Llegó con un minuto de adelanto, sintiéndose completamente extenuada. Se colocó el uniforme y tomó su posición. Cuál sería su sorpresa al toparse, pocos minutos después, con el mismo muchacho apuesto del otro día.  Parecía tan sorprendido como ella, y se ruborizó levemente. Entonces se percató de que el joven intentaba con todas sus fuerzas apartar la mirada de su escote y actuar con un poco de dignidad. Ella le sonrió coqueta, y cuando le entregó su bolsa –una máquina de afeitar, unos desodorantes y un paquete de condones- los dejó caer a propósito, y cuando se agachó a recogerlos, tal como ella había previsto, bajó con él y le susurró al oído con la voz más sensual que poseía:

-Quizás yo podría ayudarte a usarlos como corresponde, guapo

El muchacho enrojeció completamente, tartamudeo un Gracias y se marchó abochornado. Ella suspiró, quizá no era de su tipo. Lástima, realmente se sentía como para una aventurilla. Aún no podía deshacerse de esa sensación de vacío de la noche anterior. Entonces recordó la carta, y el nombre con el que la habían llamado. Sí, le venía de mil maravillas.

Terminado su turno, antes de alcanzar la salida, se encontró de nuevo con el muchacho. La había esperado todo ese tiempo, y estaba rojo de vergüenza. Ella le ofreció su mano. El dudó por unos segundos y después la recibió. Caminaron juntos hasta el auto del muchacho y se subieron juntos.

-Mis padres viajaron ayer por la noche…
-Perfecto- dijo ella sonriente. –Así no habrá nadie que nos interrumpa. –Estiró el brazo y palpó la excitación del conductor.

El resto del viaje transcurrió en silencio. Llegaron a una casa bastante menos lujosa de lo que ella esperaba, pero no por eso menos impresionante. Cuando entraron, y se escuchó el ultimo ¡Click! De la llave en picaporte, y antes de que pudiese extraerlas de la cerradura, ella lo besó. ¡Qué mal besaba el muchacho! Incluso le rompió un poco el labio inferior. Pero eso no importaba ahora ¿Verdad? Comenzó a desnudarlo, y ayudó al joven a quitarle el uniforme, el top y el brasier. Luego lo miró directo a los ojos, y le preguntó por algo apra beber. Cuando el muchacho hizo el gesto de levantarse a buscarlo, ella sonrió y en dos movimientos se deshizo del cinturón y de la cremallera.

-No, quiero que te quedes aquí como un buen niño esperándome, y ponte una de esas cosas que compraste mientras yo voy, dime por donde.

Apuntó hacia la cocina mientras sus ojos revelaban la incredulidad que sentía frente a una situación que no había pensado ni siquiera en sus fantasías más atrevidas. Entonces ella se fue, cubierta únicamente por la escueta falda y sus calzas. Llegó a la cocina, y buscó el bar. Todos los arribistas tienen un mini-bar. Encontró lo que buscaba. Saco dos vasos, y se los llevó consigo. Antes de salir de la habitación, sacó una pastilla amarilla, con un relieve en forma de un rostro sonriente, y lo colocó en el vaso más lejano a sí, que luego entregaría al pobre diablo de la sala de estar.  Sirvió whisky para ambos, y le entregó el vaso marcado.

-Salud
-Pero yo no…- lo calló con un beso. –Sa…Salud.

Bebió hasta el fondo con ella, aunque luego tuvo un ataque de tos. Ella volvió servir, y se sentó sobre el joven, procurando moverse apenas lo suficiente, mientras lo hacía brindar de nuevo y de nuevo, sin darse cuenta de que ella sólo fingía tomar y luego servirse.

Quince minutos después, yacía profundamente dormido, por la calculada dosis de alcohol y extasis ingerida. La muchacha ya había desvalijado completamente el lugar, y volvía a pensar en la carta. Sí, definitivamente le iba como anillo al dedo. ¿Quién lo diría? Era ahora la Reina de las brujas.
13) Acumulen sus pecados, pues se les dará la oportunidad de sufrir por ellos, o de expiarlos, uno por uno, hasta el final de los tiempos…                                                                                                    “

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