domingo, 30 de septiembre de 2012

Samhain (III)


30/09/12

“Back home, off the run
Singing songs that make you slit your wrists
It isn't that much fun, staring down a loaded gun
-My chemical Romance

Se encontraba de frente a la pantalla del computador. Estaba a punto de lograrlo, si podía reescribir uno o dos códigos más entonces sería famoso por todo internet. Cambió el último número, y sonrió satisfecho. Ejecutó el programa y se dejó llevar por una ola de excitación cuando su versión casera del Minecraft, con un mod del señor de los anillos. Fue hacia la mesa de trabajo y se puso a trabajar para fabricar los siete anillos de los señores enanos, los tres hermosos anillos con piedras preciosas de los señores elfos, los nueve vulgares anillos de los Nazgul y, finalmente, el maravilloso anillo en cuya descripción decía “El anillo único”. Sus pupilas se dilataron notoriamente, capturó la pantalla y se conectó a facebook. Tenía que darlo a conocer, después de todo, había pasado todo el fin de semana haciéndolo. Luego de darle click a “publicar”, bebió de un sorbo la media taza de café que aún le quedaba, cerro el laptop y se reclinó en su silla. Le ardían los ojos terriblemente y sentía un escozor en las partes bajas. Decidió que era momento de levantarse y tomar una ducha. Tenía las piernas dormidas, pero hizo un esfuerzo y caminó hasta el baño. Tardó cerca de cuarenta minutos en salir del agua, mas se sentía limpio y renovado. Si no fuera por las doce tazas de café cargado ingeridas en las últimas 13 horas, de seguro caería rendido enseguida, después de todo había estado 39 horas en pie –o más bien, sentado- trabajando en su pequeño proyecto. Seguramente José lo mataría más tarde. Había prometido que iría con él a la fiesta, pero de verdad no le gustaba nada la idea. Había ido a una de esas fiestas  que le gustaban y había estado una hora tosiendo por el humo del cigarrillo –que quizás ni siquiera fuese tabaco- y otra media hora vomitando por el famoso bloody Mary que quién diablos sabe qué contenía. Pero él no se daría por vencido, planeaba arrastrarlo a todos los eventos a los que fuera invitado con tal de sacarlo de su habitación. ¿Por qué le molestaba tanto? Podía hacerlo todo desde allí, sobre todo desde que los supermercados descubieron el negocio de la entrega a domicilio. Llevaba dos semanas completas sin poner un solo pie fuera. Incluso le había dejado una propina especial al portero para que le subiera su correspondencia. Hablando del rey de roma, ya se estaba retrasando, se supone que tenía que llegar a primera hora. Bueno, que importaba. Sonó el timbre, se envolvió en su bata querida y caminó hasta la puerta. Llevo el ojo a la mirilla, confirmando que era, efectivamente, el conserje. Quitó el primer pasador. El segundo. El primer pestillo. El segundo. Giró el pomo. Volvió a soltarlo. Volvió a girarlo y abrió la puerta. –Gracias- dijo, tomó las cartas, puso un billete de cinco il pesos en la mano del portero. Volvió a meter a mano al bolsillo, sacó otro billete idéntico y lo colocó también sobre la mano del portero. –Gracias- dijo, y cerró la puerta antes de que pudiese responderle. Giró nuevamente el pomo y volvió a soltarlo. El segundo pestillo. El primero. El segundo pasador. El primero. Suspiró y se sintió mejor. Revisó las cartas. Dos cuentas que ya había pagado por internet. Una era de su padre, preguntándole como había estado. Que típico de él mandar una carta y no un mail. Pero claro, su padre era chapado a la antigua, y no le gustaba mucho el internet. Espera, había algo raro ahí. ¿Un sobre negro? No recordaba conocer a nadie –ni siquiera en los foros recordaba haber leído de alguien- que usara o hubiese visto un sobre negro. Lo dejó sobre la mesa y corrió al computador. Lo abrió de un tirón y tecleo con toda la experticia de años. Sí, ahí había algo. Se decía que en un sobre negro llegaba la invitación para esa extraña fiesta de halloween. Qué raro, no recordaba haberse inscrito. Seguramente era obra de Jose, debe haberlo inscrito el muy bastardo. Como fuese, iba a averiguar bien de que se trataba para poder decirle con claridad que no iría. Rasgó el sobre, cuando escuchó un ruido estridente. ¿La ventana? Imposible, estaba en el segundo piso ¿Qué idiota entraría al segundo piso si podía ir a robar al primero? Se agazapó bajo el escritorio y colocó la silla delante de sí, aplastándose un poco en el intento, sin que le importara demasiado. Entonces apareció. Sí, había alguien entrando a su departamento ¡Qué horror! ¡¿Qué podía hacer?! Comenzó a botar sus estantes buscando algo de valor ¡Cómo no veía que tenía casi cien mil en figuras de colección! Fue hacia el baño y comenzó a botarlo todo allí. Se le escapó un sollozo involuntario. El intruso lo escuchó y se volteó en su dirección. Lo encontró con bastante facilidad y lo sacó a rastras. No tenía forma de resistirse, era mucho más fuerte que él. Comenzó a golpearlo y a gritarle que le dijera donde tenía la plata, que un bastardo psicópata como él era de los que guardaba su dinero bajo el colchón. Entonces se rió de sí mismo y de la cara de sorpresa del agredido. Lo soltó y se dirigió al dormitorio principal. Volteó la cama completa, y allí efectivamente había varios billetes, organizados cuidadosamente en pares de rollos, atados con cintas. Él estaba allí sollozando, le ardía toda la cara. Entonces leyó un fragmento de la carta, ahora pisoteada, que venía en els obre negro. Tenía razón… Toda la razón… Se levantó lo más silencioso que pudo, aunque no importaba demasiado porque el ladrón estaba realmente emocionado de que su plan realmente hubiese funcionado. Lo habían dateado bien, claro, era un debilucho con dinero que ni siquiera salía de casa ¿Qué podía salir mal?

Cuando se volteó vio al escuálido veinteañero alzando a duras penas un extintor por sobre su cabeza. Antes de que pudiese sorprenderse, sintió un grito. Luego, nada…

Carabineros no tardó en llegar. Tomaron las declaraciones del inestable personaje y se llevaron el cuerpo. La verdad les disgustaban las estanterías y los poster de monitos animados y la manía del agredido de repetir todo dos veces. Se llevaron el cuerpo y al portero, que confesó haberle proporcionado información al criminal.

Cuando se encontró solo nuevamente, agobiado por un vigor que no conocía, el cerebro aún le zumbaba por la adrenalina y el incesante sonido de los radios de los uniformados. Había matado a alguien. Y se sentía bien.

Se agachó y recogió la hoja del suelo. Cerró los ojos,  se dejó caer sobre su cama. Necesitaba dormir. Pero sabía que al despertar pensaría lo mismo que en ese mismo momento.

-Quizás… Quizás… esa fiesta no sea tan mala… tan mala


(…) esta no es una fiesta cualquiera. Sólo entran pecadores. Ven. No temas. Aquí somos todos uno de lo mismo. Después de todo, de eso trata el Féile na Marbh…………                               “








sábado, 29 de septiembre de 2012

Samhain (II)


29/09/12
“Roxanne (…)
You don't have to sell your body to the night
-Fall out boys
Miró casi con desprecio lo que la señora recatada había depositado en su mano. “Claro, como la ven a una con uniforme creen que no necesito nada, perra”. Cerró el puño con fuerza, lo suficiente para que la miserable moneda de cincuenta pesos dejase su marca en la palma de su mano. Luego la dejó caen en el bolsillo del uniforme que el supermercado al obligaba a llevar. Había estado todo el día de empaquetadora, necesitaba urgente conseguir fondos. Sería descarado tener que volver a pedirle dinero a sus amigos para poder cenar. Pero la desquiciaban esas señoras, con sus trillones de cosas, bolsa tras bolsa ¿Y qué obtenía? Una miserable moneda que ya ni siquiera alcanza para más que tres frugelles. Estaba segura de que esas señoras ni siquiera sabían el valor de una moneda bien trabajada.

Suspiró profundamente. No tenía sentido hacerse mala sangre por viejas cuicas. La miró con el rostro más inocente que pudo, y dijo, sin mirarla a los ojos –que no hubiese cambiado nada, pues la señora tampoco la miraba, como si fuese indigno mezclarse con esa clase de gente-: Muchas gracias.

Cuando la señora ya se alejaba, su hijo colocó algo en su mano. Era un muchacho bastante apuesto, si no tuviese semejante madre, seguramente se le habría insinuado, aunque fuese un poquito. El joven le sonrió sin coquetería, más bien como una disculpa, y se fue. Cuando abrió su mano, encontró un billete de mil pesos. Se escapó de sus labios una risita nerviosa. Con esto podría comer de verdad, y no sólo fideos instantáneos. Lo miró para darle las gracias, y se dio cuenta de que se había marchado en cuanto le diese el dinero.

Un carraspeo la devolvió a la realidad. La cajera ya estaba a la mitad de otra venta y ella no había empezado con las bolsas. Guardó rápidamente el diner y siguió con lo suyo, avergonzada de su reacción y censurándose por el calor interno que intentaba aflorar en su cuerpo. Cerró su mente y se concentró en terminar pronto su turno. De seguro que cuando comiese algo esa sensación incómoda desaparecería de su estómago.

Volvió a casa orgullosa, con una bolsa pequeña con algunas verduras frescas, huevos e incluso un par de hamburguesas. Aún le quedaba un poco de pan del otro día, seguramente estaría un poco duro, pero si lo ponía a tostar, y con un poco de carne, lechuga y tomate ni lo notaría. Llevaba tres días comiendo de esas pastas instantáneas que no son malas, pero cansan rápidamente, y aún le quedaban cinco días para fin de mes. Su orgullo le impedía llamar a sus padres por dinero. Además, ellos ya tenían bastante pagando su mensualidad, y la de sus hermanas. Pero bueno, las cosas estaban como estaban y no había nada que pudiese hacer en el tiempo inmediato. Cuando egresara, regresaría al norte y podría llevar una vida un poco más tranquila.

Sólo cuando ya se encontraba completamente satisfecha, y estaba a punto de dejarse caer sobre su cama para despertar de doce a quince horas después, se percató del sobre. Estaba a unos pocos centímetros de su puerta, seguramente lo habían deslizado hacia el interior. No le había llamado antes la atención porque era negro, y se confundía con la sucia alfombra. Lo recogió, y lo leyó con cuidado. Más propaganda se dijo, y lo dejó por ahí. Mañana también tenía turno, pero gracias a Dios era en la tarde. Rió por lo bajo.

-Sí, claro… ¡gracias, Dios!- la ironía en su voz era casi palpable. Al menos se desquitaba con algo que no existe en vez de una persona. Extrañaba a Joaquín, pero después de esa pelea, seguramente ni siquiera quería saber de ella. Cerró los ojos antes de que una lágrima escapara y se llevara consigo su amargura. Nada haría que dejase de odiarse a si misma por eso. No se perdonaría.

Dejó que Morfeo se la llevase consigo y se abandonó a la ilusión de que jamás había peleado con Joaquín, que seguían juntos. Que los dos pasaban hambre y frió, pero al menos estaban juntos, y podían darse calor y ayudarse a olvidar el hambre. Ahora no podía hacer nada de eso. Se abrazó sus rodillas y cayó profundamente dormida.

Despertó sobresaltada. Su reloj no había sonado, lo sabía, porque hacía demasiado calor para la hora en que debía levantarse. Miró el reloj y saltó de la cama. Se arrojó al chorro de agua y se vistió como pudo, tomó en el camino su uniforme y las hojas sobre la mesa, acostumbrada por dejar siempre ahí las cuentas atrasadas apenas dos días antes de que le cortaran el servicio. Bajó las escaleras aún estilando, y corrió hacia el metro. Durante el trayecto era consciente de que atraía las miradas, entre su vestimenta ligeramente osada y su cuerpo aún húmedo y exhausto, pero en realidad no le importaba. Necesitaba mantener su trabajo, y llegar tarde era la única maldita causal de despido.

Llegó con un minuto de adelanto, sintiéndose completamente extenuada. Se colocó el uniforme y tomó su posición. Cuál sería su sorpresa al toparse, pocos minutos después, con el mismo muchacho apuesto del otro día.  Parecía tan sorprendido como ella, y se ruborizó levemente. Entonces se percató de que el joven intentaba con todas sus fuerzas apartar la mirada de su escote y actuar con un poco de dignidad. Ella le sonrió coqueta, y cuando le entregó su bolsa –una máquina de afeitar, unos desodorantes y un paquete de condones- los dejó caer a propósito, y cuando se agachó a recogerlos, tal como ella había previsto, bajó con él y le susurró al oído con la voz más sensual que poseía:

-Quizás yo podría ayudarte a usarlos como corresponde, guapo

El muchacho enrojeció completamente, tartamudeo un Gracias y se marchó abochornado. Ella suspiró, quizá no era de su tipo. Lástima, realmente se sentía como para una aventurilla. Aún no podía deshacerse de esa sensación de vacío de la noche anterior. Entonces recordó la carta, y el nombre con el que la habían llamado. Sí, le venía de mil maravillas.

Terminado su turno, antes de alcanzar la salida, se encontró de nuevo con el muchacho. La había esperado todo ese tiempo, y estaba rojo de vergüenza. Ella le ofreció su mano. El dudó por unos segundos y después la recibió. Caminaron juntos hasta el auto del muchacho y se subieron juntos.

-Mis padres viajaron ayer por la noche…
-Perfecto- dijo ella sonriente. –Así no habrá nadie que nos interrumpa. –Estiró el brazo y palpó la excitación del conductor.

El resto del viaje transcurrió en silencio. Llegaron a una casa bastante menos lujosa de lo que ella esperaba, pero no por eso menos impresionante. Cuando entraron, y se escuchó el ultimo ¡Click! De la llave en picaporte, y antes de que pudiese extraerlas de la cerradura, ella lo besó. ¡Qué mal besaba el muchacho! Incluso le rompió un poco el labio inferior. Pero eso no importaba ahora ¿Verdad? Comenzó a desnudarlo, y ayudó al joven a quitarle el uniforme, el top y el brasier. Luego lo miró directo a los ojos, y le preguntó por algo apra beber. Cuando el muchacho hizo el gesto de levantarse a buscarlo, ella sonrió y en dos movimientos se deshizo del cinturón y de la cremallera.

-No, quiero que te quedes aquí como un buen niño esperándome, y ponte una de esas cosas que compraste mientras yo voy, dime por donde.

Apuntó hacia la cocina mientras sus ojos revelaban la incredulidad que sentía frente a una situación que no había pensado ni siquiera en sus fantasías más atrevidas. Entonces ella se fue, cubierta únicamente por la escueta falda y sus calzas. Llegó a la cocina, y buscó el bar. Todos los arribistas tienen un mini-bar. Encontró lo que buscaba. Saco dos vasos, y se los llevó consigo. Antes de salir de la habitación, sacó una pastilla amarilla, con un relieve en forma de un rostro sonriente, y lo colocó en el vaso más lejano a sí, que luego entregaría al pobre diablo de la sala de estar.  Sirvió whisky para ambos, y le entregó el vaso marcado.

-Salud
-Pero yo no…- lo calló con un beso. –Sa…Salud.

Bebió hasta el fondo con ella, aunque luego tuvo un ataque de tos. Ella volvió servir, y se sentó sobre el joven, procurando moverse apenas lo suficiente, mientras lo hacía brindar de nuevo y de nuevo, sin darse cuenta de que ella sólo fingía tomar y luego servirse.

Quince minutos después, yacía profundamente dormido, por la calculada dosis de alcohol y extasis ingerida. La muchacha ya había desvalijado completamente el lugar, y volvía a pensar en la carta. Sí, definitivamente le iba como anillo al dedo. ¿Quién lo diría? Era ahora la Reina de las brujas.
13) Acumulen sus pecados, pues se les dará la oportunidad de sufrir por ellos, o de expiarlos, uno por uno, hasta el final de los tiempos…                                                                                                    “

Samhain (I)


...Samhain...
Memento Mori
28/09/2012
               “…Uno de ustedes morirá, desaparecerá de los anales de la historia, y este crimen pesará sobre ustedes por el resto de sus vidas”.

               La sangre escapó lentamente de su rostro, pero no pudo evitar sentirse emocionado. Su corazón comenzó a latir más rápido en cuanto encontró el sobre negro en su buzón. Había tardado cuatro años, pero al fin había conseguido que lo invitaran a la grandiosa fiesta All hallows eve. Era sencillamente la mayor aglomeración de prensa que podía imaginarse en esta ciudad que cada día colapsaba un poco más sobre su propio peso. El misterio en la forma de postular- el sitio web sólo operaba a medianoche, durante cinco minutos, y la inscripción comenzaba y acababa entre abril y mayo. Las teorías que poblaban la red hablaban de una asociación con Giamonios y Siamonios- y como nunca se conocía a ciencia cierta la identidad de los sorteados le daban un aura de misterio que fascinaba a lo más jóvenes y atraía a los adultos deseosos de probar que la vejez no se estaba apoderando de ellos.

               Lo que se había logrado averiguar, era que el lugar geográfico de la fiesta era en una casucha abandonada, a la que se llegaba tomando la curva incorrecta y alejándose cerca de un kilómetro de la bifurcación del Santuario de la Naturaleza el Arrayán. Allí se alzaba imponente un castillo construido a pulso varias generaciones atrás. Al parecer ha pasado por diferentes circunstancias, y la casa se mantiene en una ruina permanente. Pero una vez al año, la mañana del 31 de octubre, luce con todo su esplendor de antaño, imponente. Los pocos periodistas que aún tienen esperanzas, se sientan a algunos metros de distancia, del lado más lejano del puente, esperando que lleguen los invitados, tratando de identificarlos. Pero todos los años ocurría lo mismo. Llegaban en grupo, en medio de la noche, con antorchas que velaban las fotos y máscaras comunes y corrientes – de esas que se consiguen en Meiggs, o en pio nono, al pie del San Cristobal-. Llegaban tres automóviles hasta la bifurcación, y seguían a pie hasta más allá del puente. Luego, se abrían las puertas, y una mano larga se extendía, invitándolos a entrar. Habían numerosas fotos de ese único gesto ¡Diablos! Si él mismo había tomado unas cuantas de ellas. Un periodista intentó entrar disfrazado con los demás, pero dijo que en cuanto entró le vendaron los ojos y le taparon la boca. Muy suavemente le susurraron al oído, diciéndole que las instrucciones eran claras, lo voltearon y arrojaron de bruces contra el suelo. Tres puntos y que le recolocaran el tabique, eso consiguió. Luego, a la mañana siguiente, los trece invitados –Siempre, siempre eran trece- salían. Seguían con las máscaras, pero la luz les permitía contarlos con cuidado.

               Si las palabras contenidas en la carta eran verdad, entonces quizás no eran trece, después de todo, los que entraban. Se dijo que debía revisar los archivos de la biblioteca, quizás alguien hubiese desaparecido por ese tiempo.

               Pero ya se preocuparía por eso luego. Él, Ro… no, ya no podía llamarse a si mismo así  ¿verdad? La carta lo decía, su nombre era otro hasta el primero de Noviembre. Bueno, como fuese, él tenía la invitación, y ahora podría entrar y ver las cosas por si mismo, y tendría la noticia, y se lo enrostraría a su odioso jefe, que como todos los otros editores, no habían querido publicar nada sobre el tema por no tener mayores pruebas y no querer verse implicados en un lío religioso. Pero esta amenaza podía cambiar las cosas. Nada hace más apetitosa una noticia de farándula que cuando añades un crimen a la ecuación.

               Volvió a meter la carta en su sobre y la dejó sobre la mesa. Tomó su abrigo y salió. Necesitaba una máscara y una antorcha.

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1) Desde ahora y hasta que termine todo, olvidarás tu antiguo nombre para todos los efectos prácticos, olvidarás tu nombre mortal, y serás conocido como...

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