viernes, 30 de octubre de 2009

Especial de Halloween VI:

...Hope...

“Pero siempre ha una

luz al final del túnel”

Yo no... No quiero... No puedo...

La luz es tan escasa aquí como lo es afuera.

La esperanza es tan inexistente aquí como lo es afuera.

Pero aquí no sufro...

Unos minutos interminables de paz. De soledad.

Yo... Sólo quiero seguir callendo...

...Rachel...

¿Para qué miras el espejo si

no te gusta lo que ves?”

Una frente a la otra. Luz y oscuridad. Blanco y negro.

De un lado, falsedad. Del otro, una realidad frustrante.

Una es simplemente la imagen de la otra. Sólo una de ellas existe en realidad. La otra es sólo un reflejo.

Sólo una de ellas podría conocer la felicidad.

Lástima que esté del lado equivocado del espejo.

jueves, 29 de octubre de 2009

Especial de Halloween V: Log live for the deads...

...Crisálida...

“ ‘Do you believe in god?’ written on a bullet…

And Cassie pull the trigger…”

Cassie - Flyleaf

Típico pensamiento infantil. Nadie podía culparlo. Un niño de 5 años. Desolado. Víctima de la crueldad de la que sólo son capaces los infantes. Pero él soñaba...

Soñaba con que, algún día, sufriría una metamorfosis. Que sería mejor que todos ellos. Que lo adorarían. Que lo querrían...

Tomó una gran cantidad de mantas y se arropó con ellas. Cerró los ojos, y soñó. Soñó que renacía del capullo, como una mariposa de su crisálida.

Dormido como estaba, no notó la alarma. Confundió en sueños el calor de las mantas con el del fuego. Confundió el aire encerrado con el olor del humo.

Fue la única víctima fatal del Incendio.

Corazones rotos. Una familia destrozada. Un pobre niño abandonado.

Uno a uno, todos quienes le habían gastado bromas pesadas, compañeros, vecinos, salieron adelante, a dejar una flor sobre su ataúd.

Sin duda, el entierro más curioso al que asistió el párroco. No había forma de extraer el cuerpo de la coraza carbonizada que lo recubría. No sin destruir los restos calcinados de la víctima.

Lo enterraron así. En su crisálida.

Las lágrimas caían, desconsoladas. Hijo único. Padres maduros... Sin otra oportunidad.

Sus amigos, pese a todo, le querían. Le extrañaban.

Uno de los asistentes, el mayor e cuantos habían en el curso del difunto, cayó al suelo, chillando. -¡Fue mi culpa! ¡Fue mi culpa!-.

Antes de que alguien pudiese reaccionar, se arrojó a la tumba, ya escavada en la tierra.

Tres metros de caída fueron suficiente.

Gritos. Horror. Más lágrimas.

Los pequeños, aterrados, se aferraban a las faldas de sus madres. Estas, en cambio, observaban atentamente a su comadrona. Con los ojos desorbitados. Simplemente dejó de respirar. Había muerto en cuanto su hijo dio aquel paso en falso.

Acongojados. Sombríos. Arrepentidos. Todos volvieron a sus casas para sufrir en silencio. Todos menos dos.

La familia del pequeño, enterrado ese día, vagaba sin rumbo. Lo había perdido todo. Su casa. Su hijo.

Les habían ofrecido ayuda luego de la tragedia. Ahora vivían en una pequeña habitación en los suburbios. No era mucho, pero era algo.

Una vez dentro, la mujer se dejó caer sobre una silla, mirando por la ventana. Soñando con que su hijo estaría allí, saludándola con la mano. Riendo. Respirando.

Su marido había logrado dejar a un lado su tristeza, de momento. Su primera prioridad era su señora, quién aún vivía.

Fue lacónicamente a la cocina. Volvió, minutos más tarde, con una taza de té. Una infusión suave, muy dulce, para reanimar a la pobre mujer derrotada.

Pero la encontró sonriendo. Saludando a alguien por la ventana.

-Mira, Allí está nuestro chiquillín.

El hombre miró a través del cristal. Allí estaba, saludando desde la calle, una muchacha, de unos quince o diecisiete años. Cabellera rizada, de un rojo brillante y sedoso. Una visión encantadora.

Pero había algo en esos ojos. Algo que no encajaba con ella.

La tasa se estrelló contra el suelo. Esos ojos. Eran los ojos de su hijo.

Pero no. No podía serlo.

La niña les sonrió, y continuó su camino.

La mujer siguió sonriendo hacia el exterior por un momento. Luego se volteó, y vio a su marido, con el rostro entre las manos. Llorando.

-Ya, ya... Ya pasó, querido...- Lo consoló, arrodillándose a su lado.

El siguiente día de clases, todo se veía ensombrecido. No se oía nada fuera del inseguro ir y venir de la tiza sobre el pizarrón. Hasta los profesores se sentían inquietos por lo ocurrido.

Los medios no habían tardado en enterarse, y habían acosado a la escuela desde entonces. Siempre al asecho de algún pequeño que, descuidadamente, se acercase lo suficiente como para entrevistarlo. Los niños no pueden resistir la tentación de salir en televisión.

Había tres pupitres vacíos. Uno de ellos pertenecía al mejor amigo de quien había terminado con su vida durante el entierro. Se hallaba en casa. Sus padres no habían logrado que probase bocado.

Esa misma noche se reuniría con su amigo, se decía.

Como buen atleta, se descolgó por el desagüe, y aterrizó en el suelo sin inconvenientes. Con paso rápido y resuelto, se dirigió al cementerio.

Una vez allí, fue en busca de la tumba de su “gran amigo”, como solía decirle. Lloró amargamente a su lado.

Se levantó. Pasado un rato, se encaminó al lugar de su muerte. Pediría disculpas nuevamente, antes de partir al otro mundo.

En el lugar de la lápida, estaba la negra crisálida. Rota. Vacía.

Entonces, escuchó una voz a sus espaldas.

-No lo hagas, no... Por favor...-. Un escalofrío recorrió su espalda. Era una voz femenina.

Al voltearse, la vió. Hermosa. Deslumbrante.

La joven lo abrazó, y le susurró algo al oído. –Ahora... Él y yo somos amigos. No sufras más por nosotros ¿Sí?-

Había algo en aquella voz que la hacía irresistible para el pequeño.

Se dejó llevar por la calidez que irradiaba aquella muchacha. Dejó que sus cabellos rojos lo rozaran, tiernamente. Dejó que lo envolviera con sus alas carmesí, que lanzaban destellos púrpura bajo la luz de la luna. Era la joven que había visto la pareja.

Hallaron al niño la mañana siguiente. Ileso. Con una dulce sonrisa. Dormido. Soñando.

Ni siquiera la muerte, muchos años más tarde, logró arrebatar la cálida sonrisa de sus labios.

Porque en Halloween, no sólo los muertos vuelven a la vida...

Especial de Halloween IV:

...Temptation...

Si fuese un vampiro, bebería sólo de muchachas como ésa. Aquella mirada perdida. Vacía. Aquel andar casual. Sigilosos. Aquel cabello negro, que me obsesiona. Lustroso. Brillante.

Aquella tenida cautelosa. Discreta para los mortales. Un mensaje llameante para los seres sobrenaturales. Aquel sensual maquillaje, de sedosos capilares. Largas pestañas. Venas palpitantes.

Aquellos hermosos labios. Finas molduras diseñadas a medida. Hermosas hebras de plata carmesí.

Aquella pureza que mana de ella. Divina musa en busca de algo diabólico.

Y su sangre... Un aroma dulce de perfección sagrada. Sacrílega. Y el infaltable toque ácido del pecado humano. Lujuria. Deseo. Una virginidad llameante. Al rojo vivo. Palpitando. Corriendo. Pasando, una y otra vez, por la fuente inagotable de virtudes llamada corazón. Máquina de alegrías y pesares. Condimento esencial del suculento banquete que, como inmortal disfrutaría...

Pero no lo soy. Así que hago lo humanamente más cercano a ello...

miércoles, 28 de octubre de 2009

Especial de Halloween III: Wizard Wisdom

Primer Trazo: Felicidad

Segundo Trazo: Morbosidad

Tercer Trazo: Conocimiento

Cuarto Trazo: Lujuria

Quinto Trazo: Esperanza

Sexto Trazo: Oscuridad

Séptimo Trazo: Amor

Octavo Trazo: Odio.

¿Noveno Trazo?

El deber y saber de un hechicero se mide por el noveno trazo. La intersección de todos los otros. La novena punta de la estrella octogonal.

lunes, 26 de octubre de 2009

Especial de Halloween II: Witches Wishes

...Redemption...

Caminaba calle abajo, con un paso tranquilo. Calmado. Nadie esperaría que fuese el primer suicidio del día. 31 de Octubre.

Una vez muerto, colocó la soga, y saltó.

Con su cabeza bajo el brazo, se dejó caer al río desde el puente.

Ya verde, se arrojó de espaldas, pensando cuándo acabaría la noche.

Uno nunca sabe las consecuencias que pueden tener sus actos en una noche tan funesta como ésa.

...Oblivion...

No quería volver. No quería regresar a ese lugar. Odiaba las agujas. No soportaba el sueño vacío de las jeringas. No soportaba que la durmieran en cuanto decía haber visto algo hermoso.

Dio un paso atrás. Y Alicia cayó, nuevamente, por la madriguera del conejo.

__________________________________________________________

Happy Witches Wishes

sábado, 24 de octubre de 2009

Especial de Halloween:

...Pecado…

¿Qué caso tiene que intente decirles que esta no es como las otras historias? ¿De qué me sirve tratar de explicarles lo terrible que es este antiguo y oscuro relato? ¿Qué saco rogándoles que dejen de leer, si bien sabemos que no lo harán?

Porque ustedes quieren saber. Su interés morboso y el demonio interno saben, que las letras que se agolpan a continuación contienen un espíritu que enturbia el alma, una esencia que abruma al ser, ¿Y por qué no? Quizás una oportunidad para salir de la rutina, y pender vuestras vidas de un hilo.

Una historia… Una maldición…

Era, sin lugar a dudas, la noche más oscura del año… Y también la última… Para él, claro.

Había dedicado numerosas noches de insomnio al estudio de un texto que, por mera casualidad, capricho del destino, o irrevocable avenencia -lo que el lector estime conveniente-, había caído en su poder.

Un antiguo volumen, de negro empaste, de roja escritura, con un papel tan fino como el polvo, terso como la seda, y de un tono amarillento y roído. Había sido recuperado por un arqueólogo, no hacía mucho tiempo, de las ruinas de un antiguo templo, a las afueras de la ciudad.

La primera página, con una impecable manuscrita, de letras engalanadas y rematadas con pequeñas marcas, a simple vista ininteligibles, lo había dejado frío.

“Mortal:

Tú que has encontrado el tesoro,

tú que buscas el infortunio,

retráctate mientras puedas,

y salva tu alma

de la venganza del oscuro.”

Pero claro, siendo traficante de reliquias, ¿Cómo habría de amedrentarse ante una maldición escrita hace cientos, quizás miles, de años?

Ea pues, que no dudó en acelerar su trabajo. Los objetos malditos son los que mayor precio suelen alcanzar en las subastas. Todos los grandes aristócratas quisieran poder jactarse de tener algo con poderes, aunque estos sean oscuros y temibles, y no algo con lo que se deba jugar.

Pero, por mucho que se esforzara, no lograba descubrir qué idioma había sido utilizado. Sólo podía trabajar con algunas notas al margen, que alguien había dejado.

“Un libro para matar…” “…Un libro para dar vida…” “…debe ser entregado…” “… sin sacrificio, no hay…” “… de otro modo…” “…las consecuencias”

Estaba por elegir lo más sensato que habría hecho en toda su vida –dejar aquel condenado ejemplar- cuando se topó con las ilustraciones.

Un hombre siendo azotado. Una daga –la nota al margen decía que debía ser de plata-. La luna llena. Y el inconfundible calendario de la cultura celta, marcando inequívocamente el fin del año. 31 de Octubre.

Observó atentamente, los dibujos, que seguían. Página tras página. Un muerto. Un caldero. Media onza de sangre fresca. Huesos de ave. Un gato vivo. Alaridos. Raíces de sauce. El brote de un abeto. Y luego… el dibujo mostraba a la persona que revolvía todo, introduciendo la cabeza…

La siguiente hoja había sido arrancada.

Se rió, burlándose de su propio terror, limpiando el sudor frío que corría por su frente. Estaba acostumbrado a trabajar con cosas escalofriantes, pero esta se llevaba el premio.

Un golpe sordo en la puerta, y la silla en que se hallaba fue a dar directamente contra el suelo. Con la respiración aún agitada, fue a ver quién sería a esas horas de la noche.

No había nadie. Sólo una pequeña cesta descansaba sobre el dintel de la puerta, hábilmente sujeto a un clavo sobresaliente.

La sangre escapó de sus venas en cuanto descubrió lo que había en su interior. En un pequeño frasco, había un curioso líquido carmesí, aún tibio. A su lado, un objeto plateado, manchado por el mismo líquido del recipiente. Junto a todo, una nota, escrita en arameo.

“Asume tu responsabilidad.”

Los vellos se le erizaron de manera instintiva. Arrojó el frasco lo más lejos que pudo, cerró la puerta y se encerró en su alcoba.

Al poco tiempo, escuchó el horrorizado chillido de su queridísimo minino, arañando cuanto hallaba a su paso. Luego… Silencio.

Con paso lento se dirigió a la cocina.

Hubo de apoyarse contra la barandilla cuando, desde las escaleras, percibió el aroma de la carne al cocerse… Junto con otro aroma… Un aroma… Dulce… Salado… Metálico… Atrayente… Oscuro… Lujurioso…

Allí, en la cocina, estaban. A fuego lento, en una cacerola abandonada a su suerte, gastada por la herrumbre, hervía tranquilamente la siniestra mescla.

Todo el mesón estaba salpicado del rojo caldo, y en algunas partes se podía ver el rastro de unas garras largas y afiladas.

Su preciado animal había caído en el caldo.

Se volteó. El miedo penetraba hasta la médula misma. Sobre la silla descansaba. Intacto. Pero vacío. El frasco de cristal, en el que había estado lo que sea que fuere. Y ahora estaba en la cacerola… Junto con su gato.

No tardó mucho más en reparar en las masas rojizas repartidas por todo el piso. Entrañas. Y, un poco más allá, la cabeza. El Pavo que pensaba engordad para el día de acción de gracias. Todos los huesos habían sido arrancados. Sin el menor cuidado. Esparciendo los desperdicios por doquier.

Entonces, las palabras completas se recitaron en su mente.

“Un libro para matar a los pecadores. Un libro para dar vida a quien no la merece. Un sacrificio, sin embargo, debe ser entregado. Sin sacrificio, no hay trato. Esta es la clausula, para la vida eterna. De otro modo, la vida será tu pecado, y tendrás que atenerte a las consecuencias”

Sintió entonces como una mano negra, donde la sangre parecía haberse coagulado, lo aferraba firmemente por los hombros y lo obligaba a voltearse.

No intentó siquiera resistirse. Sabía que sólo de ver a la criatura que lo arrastraba le habría causado la muerte. Ya se daba por perdido.

Sintió como el calor envolvía su cabeza. Como la vomitiva mescla se adhería con fuerza a su cráneo, reemplazando su cabellera. Como sus ojos ardían. Como los huesos entraban por su nariz, hechos un fino polvo.

Pero la sensación pasó. El calor se volvió uno con su cuerpo. La sangre se congeló. Los ojos se tiñeron de un escalofriante tono carmesí. Sediento. Pidiendo más.

¿Cómo podría él haber sabido que aquél texto provenía realmente de algún lugar perdido de Transilvania? ¿Cómo podría él haber sabido que aquél texto había dado origen al más lúgubre de los condes de una oscura nación? ¿O cómo podría él haber sabido las funestas consecuencias de leer un texto del que en realidad nada sabía?

No, él no podría haberlo sabido…

¿Podrías vosotros…?

Especial de Halloween: "...Pecado..."

...Pecado…

¿Qué caso tiene que intente decirles que esta no es como las otras historias? ¿De qué me sirve tratar de explicarles lo terrible que es este antiguo y oscuro relato? ¿Qué saco rogándoles que dejen de leer, si bien sabemos que no lo harán?

Porque ustedes quieren saber. Su interés morboso y el demonio interno saben, que las letras que se agolpan a continuación contienen un espíritu que enturbia el alma, una esencia que abruma al ser, ¿Y por qué no? Quizás una oportunidad para salir de la rutina, y pender vuestras vidas de un hilo.

Una historia… Una maldición…

Era, sin lugar a dudas, la noche más oscura del año… Y también la última… Para él, claro.

Había dedicado numerosas noches de insomnio al estudio de un texto que, por mera casualidad, capricho del destino, o irrevocable avenencia -lo que el lector estime conveniente-, había caído en su poder.

Un antiguo volumen, de negro empaste, de roja escritura, con un papel tan fino como el polvo, terso como la seda, y de un tono amarillento y roído. Había sido recuperado por un arqueólogo, no hacía mucho tiempo, de las ruinas de un antiguo templo, a las afueras de la ciudad.

La primera página, con una impecable manuscrita, de letras engalanadas y rematadas con pequeñas marcas, a simple vista ininteligibles, lo había dejado frío.

“Mortal:

Tú que has encontrado el tesoro,

tú que buscas el infortunio,

retráctate mientras puedas,

y salva tu alma

de la venganza del oscuro.”

Pero claro, siendo traficante de reliquias, ¿Cómo habría de amedrentarse ante una maldición escrita hace cientos, quizás miles, de años?

Ea pues, que no dudó en acelerar su trabajo. Los objetos malditos son los que mayor precio suelen alcanzar en las subastas. Todos los grandes aristócratas quisieran poder jactarse de tener algo con poderes, aunque estos sean oscuros y temibles, y no algo con lo que se deba jugar.

Pero, por mucho que se esforzara, no lograba descubrir qué idioma había sido utilizado. Sólo podía trabajar con algunas notas al margen, que alguien había dejado.

“Un libro para matar…” “…Un libro para dar vida…” “…debe ser entregado…” “… sin sacrificio, no hay…” “… de otro modo…” “…las consecuencias”

Estaba por elegir lo más sensato que habría hecho en toda su vida –dejar aquel condenado ejemplar- cuando se topó con las ilustraciones.

Un hombre siendo azotado. Una daga –la nota al margen decía que debía ser de plata-. La luna llena. Y el inconfundible calendario de la cultura celta, marcando inequívocamente el fin del año. 31 de Octubre.

Observó atentamente, los dibujos, que seguían. Página tras página. Un muerto. Un caldero. Media onza de sangre fresca. Huesos de ave. Un gato vivo. Alaridos. Raíces de sauce. El brote de un abeto. Y luego… el dibujo mostraba a la persona que revolvía todo, introduciendo la cabeza…

La siguiente hoja había sido arrancada.

Se rió, burlándose de su propio terror, limpiando el sudor frío que corría por su frente. Estaba acostumbrado a trabajar con cosas escalofriantes, pero esta se llevaba el premio.

Un golpe sordo en la puerta, y la silla en que se hallaba fue a dar directamente contra el suelo. Con la respiración aún agitada, fue a ver quién sería a esas horas de la noche.

No había nadie. Sólo una pequeña cesta descansaba sobre el dintel de la puerta, hábilmente sujeto a un clavo sobresaliente.

La sangre escapó de sus venas en cuanto descubrió lo que había en su interior. En un pequeño frasco, había un curioso líquido carmesí, aún tibio. A su lado, un objeto plateado, manchado por el mismo líquido del recipiente. Junto a todo, una nota, escrita en arameo.

“Asume tu responsabilidad.”

Los vellos se le erizaron de manera instintiva. Arrojó el frasco lo más lejos que pudo, cerró la puerta y se encerró en su alcoba.

Al poco tiempo, escuchó el horrorizado chillido de su queridísimo minino, arañando cuanto hallaba a su paso. Luego… Silencio.

Con paso lento se dirigió a la cocina.

Hubo de apoyarse contra la barandilla cuando, desde las escaleras, percibió el aroma de la carne al cocerse… Junto con otro aroma… Un aroma… Dulce… Salado… Metálico… Atrayente… Oscuro… Lujurioso…

Allí, en la cocina, estaban. A fuego lento, en una cacerola abandonada a su suerte, gastada por la herrumbre, hervía tranquilamente la siniestra mescla.

Todo el mesón estaba salpicado del rojo caldo, y en algunas partes se podía ver el rastro de unas garras largas y afiladas.

Su preciado animal había caído en el caldo.

Se volteó. El miedo penetraba hasta la médula misma. Sobre la silla descansaba. Intacto. Pero vacío. El frasco de cristal, en el que había estado lo que sea que fuere. Y ahora estaba en la cacerola… Junto con su gato.

No tardó mucho más en reparar en las masas rojizas repartidas por todo el piso. Entrañas. Y, un poco más allá, la cabeza. El Pavo que pensaba engordad para el día de acción de gracias. Todos los huesos habían sido arrancados. Sin el menor cuidado. Esparciendo los desperdicios por doquier.

Entonces, las palabras completas se recitaron en su mente.

“Un libro para matar a los pecadores. Un libro para dar vida a quien no la merece. Un sacrificio, sin embargo, debe ser entregado. Sin sacrificio, no hay trato. Esta es la clausula, para la vida eterna. De otro modo, la vida será tu pecado, y tendrás que atenerte a las consecuencias”

Sintió entonces como una mano negra, donde la sangre parecía haberse coagulado, lo aferraba firmemente por los hombros y lo obligaba a voltearse.

No intentó siquiera resistirse. Sabía que sólo de ver a la criatura que lo arrastraba le habría causado la muerte. Ya se daba por perdido.

Sintió como el calor envolvía su cabeza. Como la vomitiva mescla se adhería con fuerza a su cráneo, reemplazando su cabellera. Como sus ojos ardían. Como los huesos entraban por su nariz, hechos un fino polvo.

Pero la sensación pasó. El calor se volvió uno con su cuerpo. La sangre se congeló. Los ojos se tiñeron de un escalofriante tono carmesí. Sediento. Pidiendo más.

¿Cómo podría él haber sabido que aquél texto provenía realmente de algún lugar perdido de Transilvania? ¿Cómo podría él haber sabido que aquél texto había dado origen al más lúgubre de los condes de una oscura nación? ¿O cómo podría él haber sabido las funestas consecuencias de leer un texto del que en realidad nada sabía?

No, él no podría haberlo sabido…

¿Podrías vosotros…?

jueves, 22 de octubre de 2009

Microcuento II

¿Por qué, cuando el corazón late, duele?

sábado, 17 de octubre de 2009

(Microcuento)

Y entonces lo descubrí: "Un corazón roto aún puede latir"

sábado, 3 de octubre de 2009

Mariposa negra


¡Oh, pobre, pobre mariposa negra…!

¿Por qué insistes?

¿Por qué buscas tu perdición?

¿Por qué vas y sales de la negrura

vienes y te pierdes en la espesura

y terminas aquí, llorando, riendo,

devorada por las llamas?

Buscas la luz,

más allá de los confines de la vida misma.

¿O es que acaso buscas un lugar

para posarte y reposar?

Miles como tú,

y pese a ello, insistes,

buscas algo más acogedor,

y eliges la muerte por sobre el dolor.

Duerme, preciada mariposa,

déjate llevar por el candor,

vive por completo la emoción.

Pronto estaré allí contigo...

viernes, 2 de octubre de 2009

Inspiración

Heme aquí, sentado sobre una triste pieza de madera sin labrar… con una deauda para con la vida, empujando sobre mis hombros, hundiéndome…

El papel es lo único que denota algún tipo de gaste, quizás más de lo que podría afrontar. Una pluma de ganso, obtenida de manera poco loable. La tinta, no más que restos dejados por los más acaudalados. ¡Pobres, que no saben aprovechar las cosas hasta las últimas consecuencias! ¡Botellas completas arrojadas por no ser de las más caras!

¡Lo importante no es el material, sino el alma misma que uno implanta en el papel!

Las palabras tienen vida propia, influyendo en nuestras vidas tanto o más que las personas mismas.

Y aún así, sigo aquí, esperando tranquilamente mi momento. Esperando que la genialidad gotee sobre mí, desde los inagotables copones intelectuales de los grandes literatos… Soñando con poder leer algún día mi nombre en uno de esos ejemplares empastados.

No faltan pues las veces en las que uno siente como la roca de ingenio golpea tu rostro, desfigurándote, dejándote fuera de combate hasta coger la pluma y dejar fluir aquella corriente desbordante de sensaciones, la cascada de emociones. Visiones de experiencias inexistentes. Recuerdos de lugares imaginarios.

¿Quién dice que el elije el texto? ¡Es la idea la que lo escoge a uno! Ese ímpetu por crear mundos nuevos y alucinantes, con el mero afán de destruirlos, para reconstruirlos luego frente a los ojos de un lector apasionado.

¿Cuál es la obsesión, la ambición, que persigue la pluma en manos del Creador? ¿Será acaso el deseo de fama y fortuna? No… De seguro es algo más…

¿Es acaso la necesidad del ser humano de liberarse de si mismo de vez en cuando, lo que le lleva a recrearse cada vez frente a diferentes personajes de ficción?

¿O es que acaso “ficción” es en realidad este mismo término, y lo que leemos es nuestra realidad ás profunda?

Puede que no sea más que la forma de ganarse la vida de aquellos que poseen el don, y sin embargo, lo importante de ellos es que en cuanto publican, realizan el acto de caridad por excelencia; Entregan una parte de su vida… Regalan un universo completo, contenido en un pequeño rectángulo tridimensional… Pero para mí es una forma inequívoca de hallarme a mí mismo… Una forma de tenerlos a ambos, externo e interno, falso y verdadero, unidos en uno sólo.

Y ya que me he quedado sin tinta, sólo os digo: Jamás olvidéis lo más importante...