sábado, 24 de octubre de 2009

Especial de Halloween:

...Pecado…

¿Qué caso tiene que intente decirles que esta no es como las otras historias? ¿De qué me sirve tratar de explicarles lo terrible que es este antiguo y oscuro relato? ¿Qué saco rogándoles que dejen de leer, si bien sabemos que no lo harán?

Porque ustedes quieren saber. Su interés morboso y el demonio interno saben, que las letras que se agolpan a continuación contienen un espíritu que enturbia el alma, una esencia que abruma al ser, ¿Y por qué no? Quizás una oportunidad para salir de la rutina, y pender vuestras vidas de un hilo.

Una historia… Una maldición…

Era, sin lugar a dudas, la noche más oscura del año… Y también la última… Para él, claro.

Había dedicado numerosas noches de insomnio al estudio de un texto que, por mera casualidad, capricho del destino, o irrevocable avenencia -lo que el lector estime conveniente-, había caído en su poder.

Un antiguo volumen, de negro empaste, de roja escritura, con un papel tan fino como el polvo, terso como la seda, y de un tono amarillento y roído. Había sido recuperado por un arqueólogo, no hacía mucho tiempo, de las ruinas de un antiguo templo, a las afueras de la ciudad.

La primera página, con una impecable manuscrita, de letras engalanadas y rematadas con pequeñas marcas, a simple vista ininteligibles, lo había dejado frío.

“Mortal:

Tú que has encontrado el tesoro,

tú que buscas el infortunio,

retráctate mientras puedas,

y salva tu alma

de la venganza del oscuro.”

Pero claro, siendo traficante de reliquias, ¿Cómo habría de amedrentarse ante una maldición escrita hace cientos, quizás miles, de años?

Ea pues, que no dudó en acelerar su trabajo. Los objetos malditos son los que mayor precio suelen alcanzar en las subastas. Todos los grandes aristócratas quisieran poder jactarse de tener algo con poderes, aunque estos sean oscuros y temibles, y no algo con lo que se deba jugar.

Pero, por mucho que se esforzara, no lograba descubrir qué idioma había sido utilizado. Sólo podía trabajar con algunas notas al margen, que alguien había dejado.

“Un libro para matar…” “…Un libro para dar vida…” “…debe ser entregado…” “… sin sacrificio, no hay…” “… de otro modo…” “…las consecuencias”

Estaba por elegir lo más sensato que habría hecho en toda su vida –dejar aquel condenado ejemplar- cuando se topó con las ilustraciones.

Un hombre siendo azotado. Una daga –la nota al margen decía que debía ser de plata-. La luna llena. Y el inconfundible calendario de la cultura celta, marcando inequívocamente el fin del año. 31 de Octubre.

Observó atentamente, los dibujos, que seguían. Página tras página. Un muerto. Un caldero. Media onza de sangre fresca. Huesos de ave. Un gato vivo. Alaridos. Raíces de sauce. El brote de un abeto. Y luego… el dibujo mostraba a la persona que revolvía todo, introduciendo la cabeza…

La siguiente hoja había sido arrancada.

Se rió, burlándose de su propio terror, limpiando el sudor frío que corría por su frente. Estaba acostumbrado a trabajar con cosas escalofriantes, pero esta se llevaba el premio.

Un golpe sordo en la puerta, y la silla en que se hallaba fue a dar directamente contra el suelo. Con la respiración aún agitada, fue a ver quién sería a esas horas de la noche.

No había nadie. Sólo una pequeña cesta descansaba sobre el dintel de la puerta, hábilmente sujeto a un clavo sobresaliente.

La sangre escapó de sus venas en cuanto descubrió lo que había en su interior. En un pequeño frasco, había un curioso líquido carmesí, aún tibio. A su lado, un objeto plateado, manchado por el mismo líquido del recipiente. Junto a todo, una nota, escrita en arameo.

“Asume tu responsabilidad.”

Los vellos se le erizaron de manera instintiva. Arrojó el frasco lo más lejos que pudo, cerró la puerta y se encerró en su alcoba.

Al poco tiempo, escuchó el horrorizado chillido de su queridísimo minino, arañando cuanto hallaba a su paso. Luego… Silencio.

Con paso lento se dirigió a la cocina.

Hubo de apoyarse contra la barandilla cuando, desde las escaleras, percibió el aroma de la carne al cocerse… Junto con otro aroma… Un aroma… Dulce… Salado… Metálico… Atrayente… Oscuro… Lujurioso…

Allí, en la cocina, estaban. A fuego lento, en una cacerola abandonada a su suerte, gastada por la herrumbre, hervía tranquilamente la siniestra mescla.

Todo el mesón estaba salpicado del rojo caldo, y en algunas partes se podía ver el rastro de unas garras largas y afiladas.

Su preciado animal había caído en el caldo.

Se volteó. El miedo penetraba hasta la médula misma. Sobre la silla descansaba. Intacto. Pero vacío. El frasco de cristal, en el que había estado lo que sea que fuere. Y ahora estaba en la cacerola… Junto con su gato.

No tardó mucho más en reparar en las masas rojizas repartidas por todo el piso. Entrañas. Y, un poco más allá, la cabeza. El Pavo que pensaba engordad para el día de acción de gracias. Todos los huesos habían sido arrancados. Sin el menor cuidado. Esparciendo los desperdicios por doquier.

Entonces, las palabras completas se recitaron en su mente.

“Un libro para matar a los pecadores. Un libro para dar vida a quien no la merece. Un sacrificio, sin embargo, debe ser entregado. Sin sacrificio, no hay trato. Esta es la clausula, para la vida eterna. De otro modo, la vida será tu pecado, y tendrás que atenerte a las consecuencias”

Sintió entonces como una mano negra, donde la sangre parecía haberse coagulado, lo aferraba firmemente por los hombros y lo obligaba a voltearse.

No intentó siquiera resistirse. Sabía que sólo de ver a la criatura que lo arrastraba le habría causado la muerte. Ya se daba por perdido.

Sintió como el calor envolvía su cabeza. Como la vomitiva mescla se adhería con fuerza a su cráneo, reemplazando su cabellera. Como sus ojos ardían. Como los huesos entraban por su nariz, hechos un fino polvo.

Pero la sensación pasó. El calor se volvió uno con su cuerpo. La sangre se congeló. Los ojos se tiñeron de un escalofriante tono carmesí. Sediento. Pidiendo más.

¿Cómo podría él haber sabido que aquél texto provenía realmente de algún lugar perdido de Transilvania? ¿Cómo podría él haber sabido que aquél texto había dado origen al más lúgubre de los condes de una oscura nación? ¿O cómo podría él haber sabido las funestas consecuencias de leer un texto del que en realidad nada sabía?

No, él no podría haberlo sabido…

¿Podrías vosotros…?

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