viernes, 21 de octubre de 2011

Estupor



...Estupor...

“Tan sólo déjenme dormir un poco.

Así, quizás cuando despierte descubra

que todo es un sueño”

Camila Matulic

Pasada esa hora donde la mente se va a dormir, sin importarle lo que el cuerpo esté haciendo, es cuando en realidad el alma se escapa, ya no tan furtivamente, y se plasma en el objeto más cercano. Porque es en las horas insomnes, de los momentos curiosos, donde tenemos las ideas más descabelladas y desconcertantes. Es en esos instantes de estupor, que yo me pregunto... Y me pregunto con admiración, no porque sea digno de alabanza, sino porque me veo incapacitado para responder a mi propia interrogante, cuyo objeto de estudio es, a su vez, mi propia esencia.

Y es tan sólo que... quiero sentirme querido. Y quiero sentirme querido con tanta intensidad, que la realidad se tuerce y se deforma: Se altera. Pero esa anomalía no es capaz de llegar hasta la figura que ocupa mi mente. ¿Debería, sencillamente, olvidarme de ella y seguir hacia adelante, hacia los muchos brazos que se me ofrecen, o resistir hasta el final por un camino sin salida?

Creo yo más loable proseguir por las penurias de un único camino. Pero la cobardía y la practicidad son a menudo confundidas con acciones dignas de alabanza. Porque es mucho más sencillo tomar un camino único, que tener que decidir una y mil veces en cada empalme, en cada cruce de caminos.

Pero yo sueño. Y sueño despierto. Y sueño que duermo soñando despierto.

Morfeo rehúye mi persona, y me priva de la mundana satisfacción del descanso. Y es que pido demasiado... es que entrego a otros lo que yo mismo anhelo, sin jamás recibir en digno equilibrio.

Pero la vida no es una balanza, es una ruleta, porque tú colocas las fichas en la mesa, y rezas para poder obtener algo a cambio.

Las probabilidades son pocas.

Extraño unos labios que se posen sobre los míos con ternura, que me miren unos ojos intensos, sin que el pudor los obligue a apartarse, sino que se mantengan firmes, chispeantes. Quisiera no poder ver el dolor de las personas reflejado en el trozo de alma que asoma por sus pupilas.

Pero mi maldición es preocuparme por el mal de los otros, y lamentarme eternamente por mis propios problemas, como la piedra que siempre ha de rodarse colina arriba. Incluso cuando la gente a mi alrededor me apoya, la duda sólo se acrecienta.

Sólo quisiera poder despertar. Para poder dormir.

Para poder soñar

Lamia



...Lamia...

¿Saben? Nunca pensé que terminaría así... Que tendría que comparecer frente a ustedes, infieles... mortales. Pero aquí estoy, rebajándome a su nivel. Y nada más porque quiero dejar una semilla de mi pensamiento en este mundo en decadencia.

Porque en realidad, no me arrepiento. Si pudiera, los degollaría a todos aquí mismo, y dejaría que su sangre pecaminosa escurriera entre mis dedos. Y bebería con eterno regocijo de la manera más grotesca posible, sólo para que sus almas se retorcieran de espanto. Pero claro, no puedo. La tea de Thanatos se ha apagado para mi, y ya lo único que me queda es mi voz, para corromper a la juventud.

Juzgadme, si así lo consideran correcto, pero no doblegaran mi voluntad. ¿Y qué con unos cuantos cuerpos? ¿Y qué con unos cuantos cuellos? ¿Son acaso ustedes mejores que la bestia que afirman ver en mí?

¿¡Que has dicho!? ¡Sí, tú! ¿¡Hijo del diablo!? ¡No más diabólico que el que te dio la vida! ¿Qué ven de malo en mí?

Soy una criatura de la noche, bien lo sé, que mata para sobrevivir. Pero si eso es tan malo... ¿Por qué se me dio vida en primer lugar? ¿O es Hamlet el único autorizado a dudar de su existencia?

Por favor Cerberus... Sólo unos minutos más... Te lo imploro de rodillas. Sólo déjame decir, que me arrepiento de no haber matado más, de no haber visto antes en la inmortalidad el castigo divino que en realidad conlleva... de no haber intentado acabar antes con la muerte en vida que es la vida sin la muerte...

jueves, 6 de octubre de 2011

Osculo (alternativo)

...ósculo...

El penetrante hedor azufrado me produce nauseas, y me hace recapacitar sobre lo que se me plantea casi a la ligera. Y es que se plantea ante mi el más tentador de los ofrecimientos demoniacos. Y no es un temor piadoso, ni una moral íntegra, lo que me hace dudar frente al acuerdo, sino el hecho de que coloque mis dos deseos más íntimos y primordiales de frente, y me ofrezca uno a cambio del otro. Creo que ni aunque me cobrara mi alma, no habría logrado hacerme dudar tanto como, sin embargo, lo hago ahora.

La sonrisa macabra en su rostro animalesco muestra cuanto disfruta verme así. Sentado en su trono de llamas y calaveras, el rey del Tártaro observa. Mientras, su sirvienta, un truculento demonio capaz de transformarse a voluntad en una deslumbrante doncella, continua azuzándome para que tome pronto una decisión.

No hay truco. No hay engaño. Y disfruta aún más porque me sabe consiente de esto. Sabe que en mi mente y mi corazón, tengo claro que en realidad solo está aprovechándose de una bifurcación natural del destino para burlarse de mi.

De un lado, mi propio reflejo me sonríe, con un cuerpo completamente desnudo, con un intrincado diseño de runas tatuado sobre la piel. Con una figura de cuatro aspas sobre el ojo izquierdo, y una única línea perpendicular sobre el derecho. Eso es el poder. El poder que tanto anhelo…

Del otro lado, un vulgar mamífero de felpa, de un rosa pálido, casi diluido por el tiempo. Otro símbolo. Un cariño intenso, y no pasajero. Que el tiempo destiñe y destiñe, sin poder jamás privarlo de su color.

¿Por qué se empeña tanto el corazón en hacer sufrir a la mente?

Decidí sellar el contrato antes de volver a dudar. Asentí con la cabeza, mientras se acercaba a mi aquel ser del inframundo, a firmar de la única manera válida en el plano astral…

… Y entonces sentí un beso. Un beso que no era tuyo, ni de nadie en particular, y sin embargo, lo era todo. Una extravagante sinfonía de textura y caricias, que quizás iba un poco más allá de la moral.

Abrí los ojos, y no estabas. Sólo un pliego de las sábanas, unos finos labios de seda pegados a los míos, me hacían compañía en mi fría habitación.

Mis ojos se derraman sobre mi lecho, y siento como el monstruo del deseo arde en mi pecho. El ansia de obtener rápidamente lo que se ha pedido. Pero sé que para ello falta aún mucho tiempo, y por eso lloro.

Lloro porque lo tuve, y lo perdí. Lloro porque lo quiero, y se rehúsa a confiar en mí. Lloro porque el amor que siento en ti se siente cada vez más frio, y a la vez, con más ansias de arder. Lloro porque me gustaría poder llorar contigo, cuando lo único que hago es dejarme llevar por tu sonrisa, la misma que me ató a ti por primera vez. La misma que veo cada vez que cierro los ojos, que miro una foto, que no le grito a alguien, sino que le tengo paciencia. La misma que vela mis noches, en la forma de un ángel de alas negras.

Sufro porque cuando te amaba, te deseaba, y ahora que te amo más, el deseo es secundario contra el simple saber que aún hay algo dentro de tu pecho que me pide que le hable, que me abra y le llore mis penas, que me dice que quiere reír mis risas.

Sé que escogí, y escogí mal esa vez. Pensé, y dudé, y sufría también. Porque aún recuerdo que yo luché hasta el final por estar a tu lado, y te sentía cada vez más lejana. Y me parte el alma saber que cada paso que doy, me aleja dos más al final.

Pero no es menos cierto que uno solo conserva lo que no amarra.

Y no me preguntes entonces como llegamos aquí. No me preguntes porqué sufro cuando incluso finges enfadarte conmigo. Solo déjame ser feliz, sintiendo esos labios que sí son tuyos, viendo como la sobra de mi reflejo se pierde detrás de la decolorada felpa por la que daría mi alma...

lunes, 3 de octubre de 2011

Ósculo

...ósculo...

… Y entonces sentí un beso. Un beso que no era tuyo, ni de nadie en particular, y sin embargo, lo era todo. Una armoniosa sinfonía de textura y caricias, con el viento como instrumento que marcaba el tempo. El césped trepidaba ligeramente, haciéndonos reverencias, mientras veíamos una cortina de agua a lo lejos.

Abrí los ojos, y ya no estabas. Sólo un pliego de las sábanas, unos finos labios de seda pegados a los míos, me hacían compañía en mi fría habitación. No tanto por la temperatura, sino más bien por la sensación de no-pertenencia a ese lugar.

El sonido acompasado de las manecillas del reloj mecánico, ruidoso como él solo, legado al olvido en el comedor, me acompañó en mi vigilia.

Dos días más tarde, la vida tenía para mí el mismo sabor de todos los días. Aunque, siendo un poco más sincero conmigo mismo, ahora tenía un gustillo amargo, dejado por la compra del traje que marcaría el fin de una vida, para dar pie a un periodo no muy definido de discordia y caos, que no eran sino el dintel de la puerta a la nueva vida. Pero estoy desvariando de nuevo. El hecho concreto era que sabía la proximidad inminente de la gala, y que aún no disponía de la compañía requerida, no con certeza absoluta.

Sabía a quien correspondían los labios que todas las noches se formaban en mi cama, y que se convertían, cual gárgola, en tela al despuntar el alba.

El temor al despecho, o más bien al natural decaimiento del cariño, me impedía realizar la tan anhelada llamada, que esa tarde, esperando por la bastilla, me atreví a realizar.

El tono Sonó… Sonó… y Sonó…

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No sé como pasó, pero ahora que tenía el cuerpo sobre el césped, con la calidez del sol cayendo sobre su cabello mientras ella veía hacia el horizonte, fingiendo un enfado que en realidad no sentía, y yo aún sintiendo reverberar un “Sí” en mis oídos, y unos labios que eran los suyos.