...Tinta...
Desperté
cuando la luna ya se asomaba por el sombrío firmamento. EL aire frío ululaba a
través de la grieta del cristal de mi ventana. Me maldigo a mi misma
mentalmente por no haber insistido en la reparación de este desperfecto antes,
mas no por el frío que penetra y escarcha y congela el rocío sobre las flores
en el aparador, sino por el ruido. Ese sonido al que me creía acostumbrada.
Pero hoy, en esta fatídica noche, me enerva de sobremanera. Siento como los
pequeños cabellos de todo mi cuerpo se erizan uno a uno mientras asesino al
ente invisible con la mirada.
Desperté cuando las nubes de la
duda se disipaban en mis sueños, cuando el ambiente pasaba de incertidumbre al
horror de la certeza en mi primera pesadilla en largo tiempo. Soñé contigo otra
vez. Irónicamente se coló tu memoria en la forma de Ligeia, con tu belleza singular, y sin embargo, plácida, arruinando
para siempre lo más preciado por mi alma inmortal.
Desperté cuando el ardor y la
sequedad alcanzaban su cúspide, cuando mi cuerpo me decía que no podría
abstenerme más. Podía sentir como si me crecieran colmillos que no podía
contener dentro de unos labios que se torcían en una sonrisa sombría y lúgubre.
Tenía ser de sangre, de esa sangre fresca y oscura, palpitante, que me renueva.
Ganas de desparramarla por doquier, causando un magnífico desastre.
Desperté a mi compañero, a mi
pareja, a mi padre, esposo e hijo, todo en un solo individuo. Lo desperté
cuando la luna ya se asomaba por el sombrío firmamento, cuando las nubes del
sopor se disipaban de sus sueños, cuando una sed similar se apoderaba de él.
Dejé que me tomara con sus fuertes manos, que explorara mi cuerpo, extasiada.
Me colocó suave pero firme contra la mesa y con ese fascinante implemento suyo,
comenzó a sangrar. Sangrar para mí. Sangrar con ese elixir negro, salpicando
todo mi cuerpo hasta que ambos quedamos rendidos, satisfechos. Él con su obra,
y yo con su alma corriendo por mis páginas.