lunes, 24 de agosto de 2009

Reencuentro

En cuanto te vi otra vez, supe que todo lo que había sucedido ya era parte del pasado. Que no había sido sino un paréntesis en nuestra hermosa relación, un mal entendido producido en la misma medida por ambas partes.

Comenzando todo por mi falta de decisión, por mi falta de amor propio… un pequeño error que gatillaría el conflicto…

Me sentía como un lastre. Nada más que un peso muerto que jalaba de ti, que no te permitía avanzar… Y, así y todo, tú me amabas como jamás nadie lo había hecho, ni nadie jamás habrá de hacer.

Y tú, siempre alegre a los ojos del mundo, ocultando una sombra de tristeza en lo profundo de tus ojos, sin jamás dejarla salir. Puede que no haya sido lo correcto, pero esperaba lograr sacar algo de eso… borrarlo, a costa de mucho esfuerzo… lograr que tu sonrisa estuviese completa…

Y así las cosas se dieron… y todo lo que ocurrió había dejado en claro, que tratar de dejar las cosas al margen no funciona…

Y entonces te aparecías ante mí, siete días después del pleito, con la mirada perdida en medio de la majestuosa perfección de tu rostro. Y supe que aquel amargo momento no sería sino una anécdota que podríamos contar altivos, dichosos de haberla superado. Fue así como, aquel soleado lunes de invierno, supe que nuestro amor superaba todas las barreras.

Pero había aún un dejo de rencor bajo tus ojos, que me miraban diciendo tan claros como tu voz: -¿Por qué…? ¿Por qué te molestaste conmigo…?-

Mi voz se quebraba… esperaba escuchar primero alguna mención a mi falta previa, y aún así respondí de manera apenas inteligible –Porque… Porque no soporto verte sufrir… ver que te guardas todo para ti misma… saber que hay un lugar de ti que no puedo alegrar…-

Las lágrimas amenazaban con saltar en cualquier momento, mientras yo me acercaba lentamente a tu rostro, y dejaba que mis labios te contaran todo… el sufrimiento, las razones y las sensaciones… Y mientras me abrazabas de vuelta, sentíamos como nuestros corazones se volvían uno nuevamente.

Nosotros, ambos, dejando afluir nuestras emociones. Aquel que había olvidado como llorar, y aquella que había prometido no volver a hacerlo jamás. Me sujetabas muy fuerte entre tus brazos, y me susurrabas al oído que me amabas, que no volveríamos jamás a separarnos de esa manera.

Un nuevo beso marcó la promesa, mientras el sol nacía en tus mejillas, sonrosadas una vez más, y la luna saliendo de mis ojos, sólo para alcanzarte desde el otro lado de la tierra.

Tomaste mi mano, y caminamos juntos… hacia ningún lado… alejándonos de todo. Ya nunca más tendría miedo… Ya nunca más sentirías tristeza… Ya nunca volveríamos a separarnos…

Y el sol nos seguía en nuestra caminata, manifestando su apoyo a nuestra decisión…

Y ya jamás volvimos…

Fue entonces cuando el agudo chillar de una máquina que reposaba sobre la mesa de noche indicaba la llegada del alba.

No quería abrir los ojos… Sentía la humedad bajo mi rostro… el recorrido de cada una de las saladas gotas que surcaron mi rostro durante la noche. Sentía un nudo en la garganta, que me impedía respirar normalmente…

Mientras, el sol, eclipsado por las nubes, intentaba, a toda costa, hacer la diferencia entre luz y oscuridad…

Jamás olvidaré aquel funesto lunes por la mañana…

viernes, 21 de agosto de 2009

Continuación "Conde":

II

¿Cuánto llevaba andando? No estaba seguro, pero si sabía que el sol se había puesto unas tres veces desde que dejó la última ciudad, y que estaba por ser la cuarta.

Se detuvo un momento, descolgó su cantimplora de su cintura, la destapó y la colocó en el suelo. El fondo del recipiente era claramente apreciable, estaba vacía.

El extraño cavó un agujero en la arena, colocó la cantimplora en el centro, y la cubrió con lo que parecía una hoja de papel transparente. Cubrió los bordes de esta, y colocó una pequeña piedrecilla en el centro, justo sobre la cantimplora. Luego alzó la vista, y procuró asegurarse de que nadie se hallaba en las cercanías, nadie que pudiese ver lo que estaba a punto de hacer.

Alzó sus brazos, y colocó sus manos, una a cada lado del rudimentario artefacto, cerró sus ojos, y su ceño reaccionó ante la concentración requerida.

Un hilillo color carmesí formó una circunferencia pasando por ambas manos, y luego desapareció.

Poco a poco, pequeñas gotas comenzaron a formarse el papel transparente. Se juntaban lentamente unas con otras, y crecían lentamente, se deslizaban e iban a parar el interior del contenedor que parecía llamar a cada una de las gotas con gritos desesperados.

Esta técnica para aprovechar la humedad que se escondía bajo las engañosas arenas del desierto le había sido enseñada muchos años atrás por su maestro. Nunca olvidaría ninguna de sus enseñanzas, lo habían sacado de aprietos muchas veces, y no podía permitirse dejar de lado ninguna, por ínfima que pareciera.

“Recuerda que cuando termines de llenar el recipiente, debes retirar el papel, unos como estos no se consiguen fácilmente…” Habían sido las palabras que le repetiría su maestro durante el año de entrenamiento que pasaran en el desierto del Reino de la eterna Brisa. “Están hechos con la fibra del rarísimo árbol de cristal que los del Reino de la medianoche guardan celosamente.” Solía completar él, hasta que su maestro nunca pudo volver a repetir algo.

El sólo pensar en su tan admirado maestro, lo hacía sentir un peso en su pecho, como una placa que utilizaba espacio en su interior, y le impedía respirar como acostumbraba.

Entonces, aquella imagen penetró en su mente, a pesar de todas las barreras que había intentado ponerle, a pesar de todos sus esfuerzos, ahí estaba, el cuerpo de su maestro teñido por la sangre, que formaba un pequeño charco a su alrededor, y aquella horrible criatura.

Portaba una armadura rojiza, con un dragón de oro sólido enroscado a su alrededor, no llevaba caso, pues donde debía de ir su cabeza, había una calavera, lanzando nubes de humo negro por las cuencas de sus ojos, y filtrándose por entre sus dientes, brindándole un halo espectral.

La criatura le devolvió la mirada, y rió, se burló de él antes de arrojarle la decapitada cabeza de su querido maestro, le habían extraído los ojos y su boca estaba abierta en una mueca indecible de dolor y espanto. Claramente, los habían extraído mientras este aún vivía.

El humo escapaba sin restricción alguna por la boca abierta del monstruo mientras este continuaba riendo.

“Lo siento chico, cuando gobierne todo el globo me perdonarás” Dijo burlescamente, para luego reír una vez más, y desaparecer tras la cortina de humo que el mismo había creado.

El viajero alzó sus manos, guardó el papel bajo su capucha, en alguno de los muchos espacios que él mismo había creado en la prenda, a fin de mantener ocultas sus pertenencias a los ojos de los extraños, y tomó su cantimplora, ahora llena.

Tomó un sorbo, y continuó su marcha, justo cuando el sol lanzaba sus últimos rayos.

Viajaba toda la noche, y descansaba un poco durante la mañana. No podía lidiar con las pesadillas recurrentes que acosaban su mente. Sólo necesitaba cerrar sus ojos y mantenerse quito durante unas cuantas horas, y el calor del día lo ayudaba a espantar el sueño, y permitirle descansar sin dormir.

La oscuridad avanzaba sin prisa, pero sin pausa, devorando todo lo que se interponía en su camino sin compasión alguna. La temperatura descendía desde lo abrasador del día hasta lo gélido de la noche, mientras, imperturbable, el extraño proseguía su caminar.

Cuando en su camino se cruzaba una planta del desierto, cubierta de espinas, se dedicaba pacientemente a sacar una de las púas que brotaban de su tallo, invertirla, y volver a colocarla, esta vez con la punta hacia el interior, mientras un circulo celeste se dibujaba alrededor del lugar de la operación. Un pequeño regalo para cualquiera que se atreviese a seguirlo.

Proseguía con su marcha, siempre hacia el norte, deseoso de volver a aquellas tierras, alas que había entrado sin nombre, y de las que había salido sin miedo. Deseoso de poder repetir aquella hazaña de hace tantos años. ¿Cuánto hacía? Quizás 20 años, quizás un poco menos, para él, el tiempo tenía un significado distinto desde quedó atrapado fuera de la corriente del mismo.

El contaba las lunas, y precisamente, aquella misma noche, comenzaba el ciclo de nuevo. Un cielo estrellado, sin la presencia del astro que tanto adoraba. Otra nuche en la que sus pesadillas saldrían de las tierras de su inconsciente y se materializarían frente a él, sólidas… temibles…

Pero debía obligarse a continuar, lograr que sus pies continuasen su marcha. No podía dejarse vencer por cosas que solo existían fuera de su cabeza una vez cada 28 días. ¿O es que acaso realmente estaba ahí afuera?

Podía verlo a la distancia, acercándose con paso siniestro. Más de 30 millas los separaban, pero podía ver como el suelo se alejaba de sus pasos, rehuyéndole.

Una estela de humo era el único indicio de que por allí había pasado ser alguno. A medida que se acercaba, podía vislumbrarse mejor gran capa que cubría todo su cuerpo, excepto el rostro cadavérico, y unas más tan pálidas y delgadas que bien podrían haber sido también solo esqueleto. Sostenía en alto una hoz de grandes proporciones. De aproximadamente un metro de alto, con una hoja que podía cortar una persona verticalmente sin gran esfuerzo.

La sensación de cadenas al interior de su pecho, oprimiendo su corazón, lo llevo al piso, con una mano en el pecho, aferrando fuertemente el una diminuta caja de madera labrada, rodeada por ininteligibles caracteres.

La figura se detuvo frente a él. Menos de dos minutos le había tomado salvar la distancia entre ambos. Con uno de sus fríos dedos alzó la barbilla del viajero, para que este le mirase directo a los ojos, a donde estos deberían estar…

La boca del agredido se abrió lentamente, dando paso a un hilo carmesí que surgía de su interior, mientras este balbuceaba, sin ser capaz de articular palabra alguna, atragantándose con sus propios fluidos… Siento el amargo sabor de la vergüenza en su mente… la calidez de la sangre en su garganta… la insípida resistencia opuesta por su saliva…

Los ojos abiertos de par en par, mirando si ver. Una nube cubría desde dentro su visión. Las manos le temblaban ferozmente mientras intentaba alzarse, sin lograrlo.

-Pobre, pobre criatura – Decía burlesca la espantosa criatura, dejando escapar estruendosas carcajadas que hacían sangrar los oídos de su oyente. –No puedes sino doblegarte ante mí. Te crees muy poderoso, pero sabes que no puedes hacer nada por ti mismo. No eres más que una bestia atada con cadenas, lo único que haces es obedecer a un amo… Tus poderes solos no valen nada… Y ¿Sabes que es lo peor?- Acercó su rostro, dejando caer un pesado olor azulfatado sobre el rostro ya desfigurado de su víctima – Que te estás convirtiendo en mí-

Un grito desgarró la silenciosa noche en el desierto. Un extraño gritaba desaforado, lanzando espumarajos rojizos sobre la arena. Lanzando juramentos sobre alguien que no estaba allí.

El polvo y las desventuradas plantas que habían elegido aquel como su hogar, se vieron pronto despojadas de su sustento, arremolinándose en torno al desconocido en extrañas formas elípticas, girando siempre, sin tocarse.

Sólo los ojos de una lagartija astutamente oculta pudieron presenciar lo que sucedió luego.

Las rocas salían disparadas a todas partes. Grandes acumulaciones de tierra se alzaban y luego caían pesadamente, destruyendo todo lo que encontraban a su paso.

Hasta que una luz azul-metálico brillo entre los ropajes del individuo, y el grito cambió de tono, volviéndose un sonido lacerante y agonizante, denotando tremendo dolor, y el afectado cayó, retorciéndose, aún lanzando espuma, de un rojo cada vez más intenso.

El sonido cesó, así como los movimientos del sujeto que yacía en medio del desierto, cubierto de polvo, rodeado de cactus arrancados de raíz, enormes rocas a medio enterrar, e innumerables manchones que alteraban el uniforme amarillo que se esparcía kilómetros a la redonda.

-Uy… que pena… el bebé no puede romper sus cadenas- Dijo la figura cadavérica, agitando la punta de su arma a solo centímetros del rostro contraído del extraño. –Que lastima que alguien no quiera que cumplas tu sueño. ¡Ups! ¿Pero si no fuiste tú mismo quien se amarró?-

-¡Hassha Ahshihshi Araa…!-

Un rápido movimiento y la parte posterior de la hoja de la hoz había golpeado la sien izquierda del viajero, impidiéndolo de terminar sus palabras.

-No creas que podrás conmigo con algo tan simple como eso. Ni con una de las joyas te librarías de mí- Una sonrisa de triunfo se expandió por su rostro, donde ningún músculo podía dar señal alguna de expresión. –Porque yo vivo dentro de ti. Yo soy tú… Tú… eres yo…-

Un alarido dejó marca en el firmamento, al son de la sangre que manaba del vientre desgarrado del sujeto vestido con una capucha, cuyo cuerpo descanzaba en el suelo, cubierto de polvo, manchones coagulados y grandes trozos de tela rasgada sobre los diversos lugares desde donde la sangre manaba, sin prisa, pero sin pausa.

No se oyó nada más durante las siguientes horas, que precedieron el alba.

sábado, 15 de agosto de 2009

Baluarte Fúnebre:

I. Conde

1. Foráneo:

I

El desierto abrazador alzaba sus brazos tratando de provocar en el viajero los mismos perjuicios que suele ocasionarle a los no poco frecuentes descuidados que olvidan la inclemencia del clima y la escasez de recursos que el mismo presenta. Mas sus esfuerzos eran vanos, pues aquel extraño no parecía dar cuenta del calor, del hambre o la sed.

Una inesperada brisa trató de tomar desprevenido a tan curioso extranjero, pero aquel vio venir el golpe y se asió firmemente de la capucha que ocultaba su rostro, apretó la bolsa donde llevaba unas pocas prendas y algunos víveres, no más que lo indispensable para la larga travesía que se proponía.

Como la naturaleza misma, el tiempo parecía resbalar sobre aquel individuo, a quien cinco años de presidio lo que un día hace a un hombre cualquiera. Ni tan siquiera había necesitado rasurarse, el cabello seguía tocando levemente el cuello de su camisa derruida, no había ingerido alimento alguno sino hasta el último día de su estancia.

Acusado de haber robado de un escaparate, que manera más indigna de terminar en un pueblo de barbaros, en medio del desierto, sin ningún tipo de consideración, sin ningún tipo de decencia. Pero eso ahora no importaba. El que lo hubiesen confundido con un vulgar ladrón de calle, que roba para sobrevivir, le había facilitado las cosas. Después de todo, a nadie se le ocurriría buscarlo en un lugar tan lejano, menos en aquel pueblucho que ni el peso de la “Lege Regentum” conocía, y para que mencionar el intento de prisión en el que lo habían colocado. A Él, que podría haber destruido todo a su alrededor con un simple chasquear de su lengua, nadie lo buscaría por aquellos lares.

Estos pensamientos habían flotado sobre su inconsciencia durante todo ese tiempo. ¿Habrían dejado de buscarlo sus enemigos? ¿O habrían renegado de Él sus amigos? Quizás Él mismo se estuviese renegando… No, claro que no… no podría… ¿O sí?

-Llevamos ya más de 1800 días pensando exactamente lo mismo, ¿No podríamos tratar de pasar a la siguiente fase de la culpabilidad?- dijo un susurro que el exterior jamás sospecharía que existió.

-No es culpa- Respondió firme otra voz.

-Pues, -Esta vez era un sonido monótono, como si aquello no tuviese más importancia que ver cada uno de los granos de arena que se extendían a sus pies. –Es… Vacío…-

Se produjo un silencio en el fuero interno del personaje, cuya marcha no variaba, ni por el rumbo de sus pensamientos, ni por el agreste paraje. Después de todo, los años le habían enseñado como mantener su mente alerta, su cuerpo activo, y sus pensamientos aislados. Para ello había decidido separar su propia esencia, ser y no ser al mismo tiempo. Un grave pecado, del cual no estaba arrepentido, pero que de vez en cuando lo mortificaba, sabiendo que estaba solo, abandonado a sí mismo.

El desierto continuaba con su cruzada, sin mayores resultados en el rostro del viajero que una brisa fresca. Los cabellos le caían despreocupadamente sobre los hombros, apenas rosándolos. Hubo de cortarlo en cuanto se decidió a viajar, el cabello erizado que le llegaba hasta los talones, a centímetros del suelo, lo delataría fácilmente en cualquier lugar. Recurrió a un pequeño artificio para alisarlo y cambiar su color, el negro era bastante más común que el lustroso plateado que su cabellera solía mostrar al mundo.

Sus facciones, lejos de estar curtidas por la aridez del entorno, mostraban un rostro alegremente juvenil, pero serio hasta el punto de causar nerviosismo. Una barba incipiente era el único rastro que indicaba la repentina detención que sufrió el desarrollo de aquel ser. Un arrollo continuo que se desvía en el momento justo para evitar una roca, ese era el caso de aquel personaje, el tiempo lo evitaba, como temiendo represalias.

Cejas tupidas, mas no en exceso, rostro que estaba justo entre lo ovalado y lo cuadrado, de facciones marcadas, sin que esto provocase una disonancia en su rostro. Sus ojos eran lo único que estaba fuera del alcance de cualquier observador, por mucho que este se esforzase, las marcadas bolsas bajo los ojos, y la sombra proyectada por la inclinación de su rostro, y la capucha que lo cubría, provocaban un efecto que dejaba a sus ojos en la más perfecta penumbra, negra para cualquiera que no estuviese dentro de ella.

Caminaba perfectamente erguido, luciendo magistralmente su estatura, superior al promedio, pero no lo suficiente para asombrar a los altísimos habitantes de las tierras de más al sur. No, aquellos que se dice podían vivir cientos de años sin envejecer, de tez blanca como la nieve, y que se dice poseen una sangre ligeramente transparente, eran seguramente los más altos de los 6 Reinos, pero seguramente este individuo fuese el único que no tuviese que alzar el rostro para hablar con ellos.

Sus pasos dejaban marcas en la arena, marcas perfectamente reconocibles para cualquier montaraz experimentado, sólo que este jamás hubiese creído que eran humanas, se las habría atribuido a un camello errante. A pesar de la delineada forma del calzado del viajero, solo quedaba a su paso una marca de una pezuña, fenómeno que cambiaba bruscamente en cercanía de algún poblado, en donde estas tomaban la forma que deberían tener.

Una pequeña cantimplora tintineaba gracias al movimiento del viento, repiqueteando tranquila, pero alegremente.

Las dunas mismas parecían hacerse a un lado para hacerle paso. En todo momento, el desconocido parecía recorrer un sendero, jamás subiendo, jamás bajando, siempre al mismo nivel.

viernes, 14 de agosto de 2009

Curse

(I)Wake up every morning,
hopping you to be there,
begging for mercy
to the endlessly day

My reflect told me
I shouldn't be here.
Watching him
hanging himself

Nightmares appear
Surround my view.
Whisperin. Yelling.
Telling me I've nothing else

All the world disappear
In front of your eyes.
Shining. Claming.
my heart into your chest.

I can hear you
I can feel you
Despite the shadows
I try to reach you

And my "me" pull me down.
Chasing ghost of my dreams
My hands aren't tied
And yet I don't move

I promise you,
this is the last time,
believe me when I told you
It won't happen again.

I can't live like this...
This is, trully, the last time...
'cause I won't hesitate no more...
This is, trully, the last time...

sábado, 1 de agosto de 2009

Holly Nightmare

Déjame reposar sobre tus senos,

Mi dulce y suave crisantemo.

Tómame en tus cariños,

Hada y Ninfa de mis sueños.

¿Cómo un simple mortal podría

Tal honor pedir?

¿Cómo yo podría

Intentarlo resistir?

Permíteme soñar tu belleza,

Ver tu rostro en las sombras.

Oh! Mi hermosa amada,

Permite que descanse

En la tranquila bahía de tu cuerpo.

Descansar en tus brazos es,

Sin duda el mejor sueño,

Yo solo anhelo

Vivir con ello un largo tiempo.

Tiempos hay en los que caigo,

Y la oscuridad me absorbe,

Y tú estás allí conmigo,

Sacando a la luz la vida.

Eres tu quien,

Con tu divino poder,

Transformas en luz

Mis terribles pesadillas.

No hayo el momento del fin,

Donde soñar ya no lo sea,

Sino que sea el soñar,

Y poder vivir sin medida

Nuestro amor eterno.