viernes, 21 de agosto de 2009

Continuación "Conde":

II

¿Cuánto llevaba andando? No estaba seguro, pero si sabía que el sol se había puesto unas tres veces desde que dejó la última ciudad, y que estaba por ser la cuarta.

Se detuvo un momento, descolgó su cantimplora de su cintura, la destapó y la colocó en el suelo. El fondo del recipiente era claramente apreciable, estaba vacía.

El extraño cavó un agujero en la arena, colocó la cantimplora en el centro, y la cubrió con lo que parecía una hoja de papel transparente. Cubrió los bordes de esta, y colocó una pequeña piedrecilla en el centro, justo sobre la cantimplora. Luego alzó la vista, y procuró asegurarse de que nadie se hallaba en las cercanías, nadie que pudiese ver lo que estaba a punto de hacer.

Alzó sus brazos, y colocó sus manos, una a cada lado del rudimentario artefacto, cerró sus ojos, y su ceño reaccionó ante la concentración requerida.

Un hilillo color carmesí formó una circunferencia pasando por ambas manos, y luego desapareció.

Poco a poco, pequeñas gotas comenzaron a formarse el papel transparente. Se juntaban lentamente unas con otras, y crecían lentamente, se deslizaban e iban a parar el interior del contenedor que parecía llamar a cada una de las gotas con gritos desesperados.

Esta técnica para aprovechar la humedad que se escondía bajo las engañosas arenas del desierto le había sido enseñada muchos años atrás por su maestro. Nunca olvidaría ninguna de sus enseñanzas, lo habían sacado de aprietos muchas veces, y no podía permitirse dejar de lado ninguna, por ínfima que pareciera.

“Recuerda que cuando termines de llenar el recipiente, debes retirar el papel, unos como estos no se consiguen fácilmente…” Habían sido las palabras que le repetiría su maestro durante el año de entrenamiento que pasaran en el desierto del Reino de la eterna Brisa. “Están hechos con la fibra del rarísimo árbol de cristal que los del Reino de la medianoche guardan celosamente.” Solía completar él, hasta que su maestro nunca pudo volver a repetir algo.

El sólo pensar en su tan admirado maestro, lo hacía sentir un peso en su pecho, como una placa que utilizaba espacio en su interior, y le impedía respirar como acostumbraba.

Entonces, aquella imagen penetró en su mente, a pesar de todas las barreras que había intentado ponerle, a pesar de todos sus esfuerzos, ahí estaba, el cuerpo de su maestro teñido por la sangre, que formaba un pequeño charco a su alrededor, y aquella horrible criatura.

Portaba una armadura rojiza, con un dragón de oro sólido enroscado a su alrededor, no llevaba caso, pues donde debía de ir su cabeza, había una calavera, lanzando nubes de humo negro por las cuencas de sus ojos, y filtrándose por entre sus dientes, brindándole un halo espectral.

La criatura le devolvió la mirada, y rió, se burló de él antes de arrojarle la decapitada cabeza de su querido maestro, le habían extraído los ojos y su boca estaba abierta en una mueca indecible de dolor y espanto. Claramente, los habían extraído mientras este aún vivía.

El humo escapaba sin restricción alguna por la boca abierta del monstruo mientras este continuaba riendo.

“Lo siento chico, cuando gobierne todo el globo me perdonarás” Dijo burlescamente, para luego reír una vez más, y desaparecer tras la cortina de humo que el mismo había creado.

El viajero alzó sus manos, guardó el papel bajo su capucha, en alguno de los muchos espacios que él mismo había creado en la prenda, a fin de mantener ocultas sus pertenencias a los ojos de los extraños, y tomó su cantimplora, ahora llena.

Tomó un sorbo, y continuó su marcha, justo cuando el sol lanzaba sus últimos rayos.

Viajaba toda la noche, y descansaba un poco durante la mañana. No podía lidiar con las pesadillas recurrentes que acosaban su mente. Sólo necesitaba cerrar sus ojos y mantenerse quito durante unas cuantas horas, y el calor del día lo ayudaba a espantar el sueño, y permitirle descansar sin dormir.

La oscuridad avanzaba sin prisa, pero sin pausa, devorando todo lo que se interponía en su camino sin compasión alguna. La temperatura descendía desde lo abrasador del día hasta lo gélido de la noche, mientras, imperturbable, el extraño proseguía su caminar.

Cuando en su camino se cruzaba una planta del desierto, cubierta de espinas, se dedicaba pacientemente a sacar una de las púas que brotaban de su tallo, invertirla, y volver a colocarla, esta vez con la punta hacia el interior, mientras un circulo celeste se dibujaba alrededor del lugar de la operación. Un pequeño regalo para cualquiera que se atreviese a seguirlo.

Proseguía con su marcha, siempre hacia el norte, deseoso de volver a aquellas tierras, alas que había entrado sin nombre, y de las que había salido sin miedo. Deseoso de poder repetir aquella hazaña de hace tantos años. ¿Cuánto hacía? Quizás 20 años, quizás un poco menos, para él, el tiempo tenía un significado distinto desde quedó atrapado fuera de la corriente del mismo.

El contaba las lunas, y precisamente, aquella misma noche, comenzaba el ciclo de nuevo. Un cielo estrellado, sin la presencia del astro que tanto adoraba. Otra nuche en la que sus pesadillas saldrían de las tierras de su inconsciente y se materializarían frente a él, sólidas… temibles…

Pero debía obligarse a continuar, lograr que sus pies continuasen su marcha. No podía dejarse vencer por cosas que solo existían fuera de su cabeza una vez cada 28 días. ¿O es que acaso realmente estaba ahí afuera?

Podía verlo a la distancia, acercándose con paso siniestro. Más de 30 millas los separaban, pero podía ver como el suelo se alejaba de sus pasos, rehuyéndole.

Una estela de humo era el único indicio de que por allí había pasado ser alguno. A medida que se acercaba, podía vislumbrarse mejor gran capa que cubría todo su cuerpo, excepto el rostro cadavérico, y unas más tan pálidas y delgadas que bien podrían haber sido también solo esqueleto. Sostenía en alto una hoz de grandes proporciones. De aproximadamente un metro de alto, con una hoja que podía cortar una persona verticalmente sin gran esfuerzo.

La sensación de cadenas al interior de su pecho, oprimiendo su corazón, lo llevo al piso, con una mano en el pecho, aferrando fuertemente el una diminuta caja de madera labrada, rodeada por ininteligibles caracteres.

La figura se detuvo frente a él. Menos de dos minutos le había tomado salvar la distancia entre ambos. Con uno de sus fríos dedos alzó la barbilla del viajero, para que este le mirase directo a los ojos, a donde estos deberían estar…

La boca del agredido se abrió lentamente, dando paso a un hilo carmesí que surgía de su interior, mientras este balbuceaba, sin ser capaz de articular palabra alguna, atragantándose con sus propios fluidos… Siento el amargo sabor de la vergüenza en su mente… la calidez de la sangre en su garganta… la insípida resistencia opuesta por su saliva…

Los ojos abiertos de par en par, mirando si ver. Una nube cubría desde dentro su visión. Las manos le temblaban ferozmente mientras intentaba alzarse, sin lograrlo.

-Pobre, pobre criatura – Decía burlesca la espantosa criatura, dejando escapar estruendosas carcajadas que hacían sangrar los oídos de su oyente. –No puedes sino doblegarte ante mí. Te crees muy poderoso, pero sabes que no puedes hacer nada por ti mismo. No eres más que una bestia atada con cadenas, lo único que haces es obedecer a un amo… Tus poderes solos no valen nada… Y ¿Sabes que es lo peor?- Acercó su rostro, dejando caer un pesado olor azulfatado sobre el rostro ya desfigurado de su víctima – Que te estás convirtiendo en mí-

Un grito desgarró la silenciosa noche en el desierto. Un extraño gritaba desaforado, lanzando espumarajos rojizos sobre la arena. Lanzando juramentos sobre alguien que no estaba allí.

El polvo y las desventuradas plantas que habían elegido aquel como su hogar, se vieron pronto despojadas de su sustento, arremolinándose en torno al desconocido en extrañas formas elípticas, girando siempre, sin tocarse.

Sólo los ojos de una lagartija astutamente oculta pudieron presenciar lo que sucedió luego.

Las rocas salían disparadas a todas partes. Grandes acumulaciones de tierra se alzaban y luego caían pesadamente, destruyendo todo lo que encontraban a su paso.

Hasta que una luz azul-metálico brillo entre los ropajes del individuo, y el grito cambió de tono, volviéndose un sonido lacerante y agonizante, denotando tremendo dolor, y el afectado cayó, retorciéndose, aún lanzando espuma, de un rojo cada vez más intenso.

El sonido cesó, así como los movimientos del sujeto que yacía en medio del desierto, cubierto de polvo, rodeado de cactus arrancados de raíz, enormes rocas a medio enterrar, e innumerables manchones que alteraban el uniforme amarillo que se esparcía kilómetros a la redonda.

-Uy… que pena… el bebé no puede romper sus cadenas- Dijo la figura cadavérica, agitando la punta de su arma a solo centímetros del rostro contraído del extraño. –Que lastima que alguien no quiera que cumplas tu sueño. ¡Ups! ¿Pero si no fuiste tú mismo quien se amarró?-

-¡Hassha Ahshihshi Araa…!-

Un rápido movimiento y la parte posterior de la hoja de la hoz había golpeado la sien izquierda del viajero, impidiéndolo de terminar sus palabras.

-No creas que podrás conmigo con algo tan simple como eso. Ni con una de las joyas te librarías de mí- Una sonrisa de triunfo se expandió por su rostro, donde ningún músculo podía dar señal alguna de expresión. –Porque yo vivo dentro de ti. Yo soy tú… Tú… eres yo…-

Un alarido dejó marca en el firmamento, al son de la sangre que manaba del vientre desgarrado del sujeto vestido con una capucha, cuyo cuerpo descanzaba en el suelo, cubierto de polvo, manchones coagulados y grandes trozos de tela rasgada sobre los diversos lugares desde donde la sangre manaba, sin prisa, pero sin pausa.

No se oyó nada más durante las siguientes horas, que precedieron el alba.

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