domingo, 6 de enero de 2013

Twin Souls

...Twin Souls...

                   De entre la bruma luminosa que flota sobre todas las cosas surgen de vez en cuando dos esferas idénticas en composición, en forma y tamaño, en pensamiento y en acto, en idea y esencia. Pequeñas esferas, espejos la una de la otra, mirándose y haciéndose señas, jugando sobre el éter que rodea la realidad. Juguetean entrelazando los dedos que comienzan a formarse, las manos, los pies, los ojos siempre abierto se observan para no confundirse sin importar los cambios que experimenten en el exterior. Comienza a surgir un tronco, se forma poco a poco una protuberancia que toma forma de un cráneo parcialmente maduro y se hacen conscientes del pequeño cordón que los ata a mundos diferentes. A tiempos dispares. Siempre hay uno que escapa primero. A veces son días, a veces años. Algunos, los más tristes, han sido decenas de años que transcurren sin recuerdo.

               Es atrapado en este espacio muerto, de desarrollo latente donde es ese individuo quien se desarrolla más en un ámbito crucial que lo diferencia de su gemelo. El piensa. Esta condenado a pensar puesto que nada más es capaz de llenar el vacío de la inexistencia. Entonces, cuando llega su momento, nace crecido, envejecido por dentro. Es el hermano mayor no-nato que surge de las entrañas de la vida con un pie metido en la muerte, no futura, sino pasada. Camina por ahí deambulando en busca de su otra mitad.

               El alma primigenia surge en un frenesí desesperado. Se sabe distanciado, pero no conoce la distancia ¡Tiene tanto que explorar! ¡Colores, música, aromas, sabores, texturas, caricias, clamores, sentimientos, tradiciones, escrituras, arquitectura, operturas, baile, danza, bulla, juegos, vida! Y camina buscando alegre.

               El alma octogenaria nace abrumada por la celeridad, pero se haya ya preparada para ello. Devora. Absorbe con asombrosa facilidad, rapidez pero de forma insípida, sólo lo observa y cree haberse apropiado de todo.

               Pero es ese dichoso momento donde las esferas cruzan miradas por primera vez desde ojos humanos cuando todo el mundo estalla en sensaciones. Donde cada partícula vibra con el ritmo que ellos le imponen. Se desata la realidad. Nada más importa durante esos breves segundos.

               Luego decaen, las esferas vuelven a su estado original después de muchas, muchísimas, lunas de desvelo. Entonces se dispersan, pero jamás olvidan esa mirada, y a lo largo de los años, vuelven a toparse. Vuelven a nacer, solas o acompañadas, creando una red gigantesca de contactos. Personas que conocemos como hermanos, amigos, parejas, ejemplos, iguales. Todos están unidos más o menos a esa bruma de la que en venimos en conjunto.

               Dichosos aquellos que se reconocen entre ellos. Felices los que se encuentran una y otra vez, porque independiente de los resultados, nunca estarán solos. Dichosos aquellos que nunca se sueltan, porque la bruma se disipa, pero la vida los ata.

               Que tristes aquellos que lo saben, y se dejan separar sin oponer resistencia.

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