lunes, 3 de octubre de 2011

Ósculo

...ósculo...

… Y entonces sentí un beso. Un beso que no era tuyo, ni de nadie en particular, y sin embargo, lo era todo. Una armoniosa sinfonía de textura y caricias, con el viento como instrumento que marcaba el tempo. El césped trepidaba ligeramente, haciéndonos reverencias, mientras veíamos una cortina de agua a lo lejos.

Abrí los ojos, y ya no estabas. Sólo un pliego de las sábanas, unos finos labios de seda pegados a los míos, me hacían compañía en mi fría habitación. No tanto por la temperatura, sino más bien por la sensación de no-pertenencia a ese lugar.

El sonido acompasado de las manecillas del reloj mecánico, ruidoso como él solo, legado al olvido en el comedor, me acompañó en mi vigilia.

Dos días más tarde, la vida tenía para mí el mismo sabor de todos los días. Aunque, siendo un poco más sincero conmigo mismo, ahora tenía un gustillo amargo, dejado por la compra del traje que marcaría el fin de una vida, para dar pie a un periodo no muy definido de discordia y caos, que no eran sino el dintel de la puerta a la nueva vida. Pero estoy desvariando de nuevo. El hecho concreto era que sabía la proximidad inminente de la gala, y que aún no disponía de la compañía requerida, no con certeza absoluta.

Sabía a quien correspondían los labios que todas las noches se formaban en mi cama, y que se convertían, cual gárgola, en tela al despuntar el alba.

El temor al despecho, o más bien al natural decaimiento del cariño, me impedía realizar la tan anhelada llamada, que esa tarde, esperando por la bastilla, me atreví a realizar.

El tono Sonó… Sonó… y Sonó…

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No sé como pasó, pero ahora que tenía el cuerpo sobre el césped, con la calidez del sol cayendo sobre su cabello mientras ella veía hacia el horizonte, fingiendo un enfado que en realidad no sentía, y yo aún sintiendo reverberar un “Sí” en mis oídos, y unos labios que eran los suyos.

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