jueves, 31 de diciembre de 2009

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Ylhsha itjast verilha ahsha...?

El aroma dulce de su perfume llegó mucho antes que la visión de su rostro, escrutando en la vitrina equivocada. Apenas 5 minutos antes habría podido verme allí, revisando una y otra vez cada uno de los discos, bandas conocidas y desconocidas por el resto. El suave aire acondicionado del lugar había facilitado el largo viaje de la fragancia, que no habría podido realizar por su cuenta.

La zumbante luz de los tubos fluorescentes provocaba un extraño efecto sobre su piel, tersa y suave, rebosante de juventud y de vitalidad. LA tornaba levemente más pálida, pero a la vez, realzaba el casi inapreciable rubor que se extendía por sus mejillas a medida que se acercaba a mí –O a donde creía que estaría - . Cuando se percató de que yo no estaba allí, un mar de pensamientos me inundó.

Sí, era verdad, llevaba bastante tiempo esperando allí, pero... ¿Qué importaba? Nada, absolutamente. Aquel tiempo “muerto” no hacía sino provocar el efecto contrario al malhumor. Me hacía sentir que estaba esperando pacientemente a que un milagro ocurriese. Un milagro como los que ocurren constantemente en su presencia. Porque... ¿Cómo sino se explicaría mi sonrisa? ¿De qué otra forma se podría explicar que hubiesen momentos en la monotonía gris de la vida en la que, realmente, era capaz de escapar de la agonía... de la Sangre amarga.

Pero eso es historia, lo importante es que podía ser feliz, que ella me hacía bordear el éxtasis puro, sin llegar a saborearlo nunca, y era esa misma sensación de tenerlo todo, y a la vez no tener nada. De tener aquella sensación apetecible al alcance de mi mano, y dejarlo allí, sólo para aumentar el deseo, para dejarlo ir una vez más, en un vals infinito, que eclipsaba en una marea de júbilo con cada beso, con cada caricia, y que se retraía, para volver con más intensidad, como las olas de la playa azotan la costa.

Y, al mismo tiempo, mi mente formulaba intrincados patrones en el aire, como voluntades de humo. El apesadumbramiento se alejaba lenta pero inevitablemente.

Estar con ella era el remedio, la cura, a mis pesares. A los sufrimientos mundanos de mi carne. A la sensación de ser alguien... de ser nadie... De estar sólo...

Dejé que mis pies me arrastraran a ella, justo cuando su rostro comenzaba a preocuparse. Una sonrisa cubría mi rostro. Una verdadera. Ella era mi ángel hermoso. Mi doncella en apuros, por triviales que fueran. Aunque yo mismo hubiese forzado la situación.

Pero no podía evitarlo, esa sonrisa al darse cuenta que estaba allí, era el milagro que había estado esperando toda la tarde...

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