...Apologize!...
I
Head clear.
Mouth shut.
See much.
Say little.
Los primeros en morir, luego de que el suministro de energía fuera cerrado definitivamente, contradictoriamente, no fueron aquellos adictos a las computadoras y los videojuegos, esos que habían descuidado el propio cuidado de su cuerpo. No... Fueron los más saludables y populares muchachos, demasiado acostumbrados a las comodidades que les ofrecía la vida.
Todo sucedió (y perdonen que comience una historia con un clissé como este) en un abrir y cerrar de ojos. Literalmente. Las luces parpadearon, se apagaron, y ya no volvieron. Pasó durante el día, exactamente a las 12:36 horas, con 15 segundos; según mi reloj, que está adelantado 5 minutos respecto de la hora de mi establecimiento educacional, y 3 minutos 32 segundos del huso horario UTC/GTM -4 horas [A pesar de que me consta que no son de tipo de persona que interroga a un narrador, responderé su pregunta no formulada de todas formas: así jamás llegaba tarde]. Estábamos en medio de otra aburridísima clase de historia. En serio, no sé que le ven a la asignatura esa, sin ofender. El tema es que eso explicaría mi estado de completa advocación en analizar el movimiento del puntero del reloj.
Las luces de la sala se burlaron de nosotros, mientras la ampolleta del proyector transformaba lentamente la imagen en un vestigio purpureo de lo que debería haber sido. No puedo decir que la estancia quedara a oscuras, era medio día. La luz entraba de todas partes. Y no le prestamos mayor atención en ese momento. Era simplemente otro corte de luz. Volvería en un par de horas. E incluso cabía la posibilidad de que algún ser, en un patético intento de ser gracioso, hubiese jugado con el switch maestro ubicado al exterior del cuarto.
Aproximadamente siete minutos después, alguien se percató de que su celular tampoco parecía estar encendido, y que además se negaba a responder a sus esfuerzos por distraer la mente de la segunda guerra mundial con un sencillo y pacífico juego de bounce. Su inocente comentario a su vecino propagó la voz por todo el lugar. Todos los celulares estaban muertos. Se le hizo notar esto al profesor, y este cayó en la cuenta de que sucedía lo mismo con todos los artefactos electrónicos. Incluyendo su reloj. Como adivinarán, todas las personas de corto entendimiento imitaron su gesto, comprobando a su vez el dispositivo adherido a su muñeca izquierda. Yo no necesitaba hacerlo. Llevaba demasiado tiempo soñando despierto con todas las diversas excusas posibles e imposibles para perderme esa clase.
Viendo una oportunidad evidente, y siendo yo uno de los polos intelectuales de entre los presentes, le hice ver al profesor la posibilidad de que esto fue algo más que un simple apagón y que tal vez alguien debería ir a preguntarle al inspector. A sabiendas de que todo el curso parece tener problemas despegando sus cuartos traseros de la plataforma que los previene de caer al piso, me ofrecí a mi mismo; y funcionó. ¡Libre al fin!
Sabía, sin embargo, que mi alegría podía durar poco. Me dirigí a la sala de profesores, contrario a lo que había dicho. Hice una pausa, respiré profundo, dejando escapar el aire por la garganta y dilatándola exageradamente, similar a un bostezo, provocando una presión sobre los lagrimales que produce un ligero enrojecimiento en los ojos, mas no lo suficiente para sacar lagrimear. Me revolví ligeramente el cabello, presioné mis mejillas para que pareciera ligeramente pálido, y golpeé la puerta con en una serie corta y rápida.
La puerta se abrió de inmediato. No había luz artificial, cosa bastante extraña. Y tampoco estaban encendidos los computadores, cosa aún más alarmante.
-¡Oh! Hola. ¿Qué sucede?
-Eso mismo vengo a preguntar.
-No estamos seguros, pero todas las cosas conectadas a la corriente se echaron a perder –(tan propio de la persona sin identificar que me abrió la puerta, responder con una imbecilidad así de obvia).
-No, todo lo que funciona con electricidad murió. –Le mostré mi teléfono.
-Mmm...
En eso apareció el inspector por el umbral de su oficina, la puerta contigua. Nos observó un momento, luego su mirada se posó en mi celular, cerró su puerta con llave, y partió raudo hacia el hall principal.
Yo no necesitaba más convencimiento. Volví a mi sala, hice sonar una vez la madera contrachapada y entré.
-Disculpe, profesor...
-¡Ah! ¿Y, está todo bien?
-Sí, sí. Pero el inspector me pidió que lo ayude con unas cosas que hay que devolver a la otra sección, y me mandó a preguntar si podía sacar a dos personas más para que ayudaran también.
-Sí, claro, claro. Em... ¿Quién se ofrece?
Por supuesto, no eran cualquieras los que se levantaron en el acto, a pesar de que había uno de más en mis cuentas. Dos de ellos sabían que era nuestro código para emergencias. El otro simplemente era demasiado inocente.
-Bueno, vayan los tres.
-Gracias profesor.
Una vez afuera, y a una distancia segura, comenzó el interrogatorio. Claro que el que empezó fue, para variar, el extra.
-¿Qué hay que llevar?
-Nada...
-¿Entonces...?
-Cállate un momento, y escuchen. No se cortó la luz, al parecer todos los circuitos eléctricos están fritos, en el sentido más literal de la palabra. Propongo que primero nos retiremos al castillo.
Mis dos amigos asintieron, el tercero me miraba perplejo. Lo arrastramos entre todos a la sala destinada al taller de literatura y producción literaria, fundado por dos personas, ambas presentes en la susodicha comitiva.
Llegamos al lugar, nos sentamos, y comenzamos la charla más importante de nuestras vidas. Para la comodidad del lector, y la facilidad de hacerme entender al posible sobreviviente de este insólito estado de caos, cada comentario tendrá su inicio con una viñeta diferente, siendo mis frases iniciadas con “-“ ; las de mi mejor amigo, co-fundador del taller, iniciadas con “~”; las de mi otro cercano con “/” y las del extra con “*” (No se preocupen, el extra no dura mucho en mi relato).
No ¿Saben qué? les ahorraré el trabajo. Yo propuse que debíamos salir, aprovisionarnos y volver. Salió la propuesta de ir a por nuestras familias, la de esperar por nuestras familias, y las de volver a clases (adivinen quién...). Finalmente decidimos enviar a alguien a por la profesora más cercana a nosotros, y plantearle la situación. Nosotros tres teníamos la sensación de un inminente peligro.
-Y así lo hicimos. La profesora pareció reticente al principio, luego dijo que esperáramos, que ella iría a por su familia y volvería con provisiones. Y entonces, caí en la cuenta, y dije el comentario que confirmaría de una vez por todas el casos en que nos veríamos envueltos de un momento a otro. Si nada que fuese electrónico funcionaba, tampoco lo haría el contacto de los automóviles.
Aquellos que estuvieran andando no tendrían problemas, pero jamás podrías hacerlos arrancar de nuevo. En cuanto nos caímos en la cuenta, lo entendimos. La profesora partió en busca de los demás miembros del taller, nosotros nos sentamos a planear como abastecernos y hacer saber a nuestras familias de nuestra situación. El extra tiritaba en una esquina.
Sí, lo sé. Se preguntarán por qué le dedico tanto tiempo a alguien que supuestamente no tiene influencia en la historia, pero todo relato necesita su carne de cañón ¿Verdad?
Éramos en total diez personas. Logramos reunir alimentos no perecibles, implementos para comer. Una batería de 9V y una bolsa de virutilla metálica, muy útil para un pequeño truco que nos permitió tener fuego. Casi media hora después de que nos hubiésemos encerrado en nuestro búnker privado, la campana (no el timbre) comenzó a sonar, indicando una evacuación. Notros esperamos tranquilamente en nuestras posiciones. Entonces oímos los gritos...