22
de Diciembre
Hola, cielo:
Hace
mucho que no te escribía una carta. Extrañaba esta tradición nuestra, siempre
me alegra el día leer una de nuestras antiguas correspondencias. ¿Sabes? Las
tengo todas guardadas en la caja que pintaste para mí. Tenía muchos deseos de
escribirte, desde hace bastante tiempo, pero no había podido hacerlo. No porque
no tuviese tiempo (tu sabes que siempre tengo tiempo para ti), sino más bien,
porque no sabía bien que decir. Creo que ya te he dicho todas las cursilerías,
todas las metáforas, todos los poemas que existen, que ya no quedan palabras
sin decir. Y aún así, siento que hay un sentimiento superior para el cual no
existe término todavía.
Y es
qué ¿Cuánto tiempo llevamos juntos? Por supuesto, yo lo sé, llevo la cuenta desde
el primer día que te vi, esa tarde de enero, desde la primera vez que nos
besamos ese lunes de abril, desde esa vez que por fin tuve el coraje de
concretar nuestra relación en lo alto del Santa Lucía bajo el cielo nublado de
mayo. Durante ese tiempo te he dicho todo lo que mi corazón me ha impulsado a
decirte. “Te quiero”, “Te adoro”, “Te
amo”. Y ya no basta con eso.
¿Recuerdas
como la primera vez no supiste qué responder? Yo sí lo recuerdo. Es un recuerdo
agridulce. Por supuesto, era tu primera vez enfrentándote a esa emoción, algo
completamente nuevo para ti.
¿Recuerdas
lo que yo te dije en ese momento? Yo sí lo recuerdo. Te dije que no necesitaba
tu respuesta ahora, o mañana, o quizás jamás te pediría que me amaras de vuelta
de la forma en la que yo te amaba a ti, de la forma en la que aún lo hago. Que
quizás, algún día, te pediría una respuesta. Que ese día, y ningún otro, sería
el día en que tu respuesta lo significaría todo.
Ayer
soñé con ese día. Soñé con nosotros, separados del presente por una difusa
cortina de tiempo. Soñé con una playa de blancas arenas, donde el agua estaba
fría pero a nosotros no nos importaba. El sol se ocultaba en el horizonte,
dejándonos con esa estela anaranjada del crepúsculo que tanto cautiva y fascina
a los artistas. Pero para nosotros era meramente un paisaje, secundario a la
presencia de nuestra compañía mutua. Caminábamos con calma, disfrutando la
brisa sobre nuestra piel. Sé que traía un traje de baño que escogiste tú, de
colores sobrios y diseño alegre, lo sé porque me sentía cómodo usándolo sin
polera. Tu llevabas ese bikini que encontraste hace mucho tiempo, navegando por
los interminables catálogos de victoria’s
secret (y sí, esa es la razón por la que te insisto en que pasemos por la
tienda alguna vez, independiente de lo exorbitante de los precios. Quizás lo
quiera como un talismán, un augurio de que este sueño se cumplirá), de un azul
zafiro cautivador, que revela y realza tu bella figura.
Y en
el sueño, caminábamos. Caminábamos de la mano, conversando y riendo de las
anécdotas pasadas. Recordando ese primer jugueteo nervioso donde en una fiesta
me forzaron (sí, claro) a morder tiernamente el lóbulo de tu oreja. Esas veces
donde nuestras hormonas nublaban nuestro buen juicio (sí, cielo, sobre todo las
mías), esas veces donde salimos a comer y comenzó una nueva realidad. Donde ya
no éramos “Tu y yo juntos” sino “Nosotros”. Ese horrible periodo cuando
“Fuimos…” y el hermoso “¡Volvimos!”. Lo recordábamos todo, y alegres de que nos
llevara a donde estábamos en ese instante, en ese sueño. En ese momento me detenía, y buscaba algo en
mi bolsillo, con una sonrisa.
Desperté
con esa sonrisa, pues sabía lo que había en el bolsillo, desperté apenas lo
sentí entre mis dedos. Lo que había allí era esta carta, que te entrego ahora,
sobre esa misma playa, vistiendo lo mismo que he soñado una y otra vez,
afinando los detalles y que por fin comprendí ayer. Así, mientras lees la
carta, yo extraigo otro objeto de mi otro bolsillo, y prosigo haciéndote la
única pregunta a la que tu respuesta significa todo.
¿Te casarías conmigo?
N.
No hay comentarios:
Publicar un comentario