domingo, 29 de junio de 2014

22 de Diciembre

22 de Diciembre
Hola, cielo:
             Hace mucho que no te escribía una carta. Extrañaba esta tradición nuestra, siempre me alegra el día leer una de nuestras antiguas correspondencias. ¿Sabes? Las tengo todas guardadas en la caja que pintaste para mí. Tenía muchos deseos de escribirte, desde hace bastante tiempo, pero no había podido hacerlo. No porque no tuviese tiempo (tu sabes que siempre tengo tiempo para ti), sino más bien, porque no sabía bien que decir. Creo que ya te he dicho todas las cursilerías, todas las metáforas, todos los poemas que existen, que ya no quedan palabras sin decir. Y aún así, siento que hay un sentimiento superior para el cual no existe término todavía.

             Y es qué ¿Cuánto tiempo llevamos juntos? Por supuesto, yo lo sé, llevo la cuenta desde el primer día que te vi, esa tarde de enero, desde la primera vez que nos besamos ese lunes de abril, desde esa vez que por fin tuve el coraje de concretar nuestra relación en lo alto del Santa Lucía bajo el cielo nublado de mayo. Durante ese tiempo te he dicho todo lo que mi corazón me ha impulsado a decirte. “Te quiero”, “Te adoro”, “Te amo”. Y ya no basta con eso.

             ¿Recuerdas como la primera vez no supiste qué responder? Yo sí lo recuerdo. Es un recuerdo agridulce. Por supuesto, era tu primera vez enfrentándote a esa emoción, algo completamente nuevo para ti.

             ¿Recuerdas lo que yo te dije en ese momento? Yo sí lo recuerdo. Te dije que no necesitaba tu respuesta ahora, o mañana, o quizás jamás te pediría que me amaras de vuelta de la forma en la que yo te amaba a ti, de la forma en la que aún lo hago. Que quizás, algún día, te pediría una respuesta. Que ese día, y ningún otro, sería el día en que tu respuesta lo significaría todo.

             Ayer soñé con ese día. Soñé con nosotros, separados del presente por una difusa cortina de tiempo. Soñé con una playa de blancas arenas, donde el agua estaba fría pero a nosotros no nos importaba. El sol se ocultaba en el horizonte, dejándonos con esa estela anaranjada del crepúsculo que tanto cautiva y fascina a los artistas. Pero para nosotros era meramente un paisaje, secundario a la presencia de nuestra compañía mutua. Caminábamos con calma, disfrutando la brisa sobre nuestra piel. Sé que traía un traje de baño que escogiste tú, de colores sobrios y diseño alegre, lo sé porque me sentía cómodo usándolo sin polera. Tu llevabas ese bikini que encontraste hace mucho tiempo, navegando por los interminables catálogos de victoria’s secret (y sí, esa es la razón por la que te insisto en que pasemos por la tienda alguna vez, independiente de lo exorbitante de los precios. Quizás lo quiera como un talismán, un augurio de que este sueño se cumplirá), de un azul zafiro cautivador, que revela y realza tu bella figura.

             Y en el sueño, caminábamos. Caminábamos de la mano, conversando y riendo de las anécdotas pasadas. Recordando ese primer jugueteo nervioso donde en una fiesta me forzaron (sí, claro) a morder tiernamente el lóbulo de tu oreja. Esas veces donde nuestras hormonas nublaban nuestro buen juicio (sí, cielo, sobre todo las mías), esas veces donde salimos a comer y comenzó una nueva realidad. Donde ya no éramos “Tu y yo juntos” sino “Nosotros”. Ese horrible periodo cuando “Fuimos…” y el hermoso “¡Volvimos!”. Lo recordábamos todo, y alegres de que nos llevara a donde estábamos en ese instante, en ese sueño.  En ese momento me detenía, y buscaba algo en mi bolsillo, con una sonrisa.

             Desperté con esa sonrisa, pues sabía lo que había en el bolsillo, desperté apenas lo sentí entre mis dedos. Lo que había allí era esta carta, que te entrego ahora, sobre esa misma playa, vistiendo lo mismo que he soñado una y otra vez, afinando los detalles y que por fin comprendí ayer. Así, mientras lees la carta, yo extraigo otro objeto de mi otro bolsillo, y prosigo haciéndote la única pregunta a la que tu respuesta significa todo.

¿Te casarías conmigo?

N.

No hay comentarios: