...Mi flor de Higuera...
“Don’t touch me!
I cannot stand the way you tease”
-Tainted Love, Scorpions
-¿Sabes? Llevo mucho tiempo pensándolo. Y de verdad no lo entiendo. Lo
intenté todo, dejé mi ser y mi esencia
para que me aceptaras de vuelta. Esperé impaciente, día a día. “Quizás para
nuestro aniversario se arrepienta” me decía. Pero no, nunca sucedió. Tu seguías
insistiendo estoicamente en que lo que querías era otra cosa. Que yo ya no era
tu príncipe azul y que no te daba lo que necesitabas. Y te pregunto yo ¿Si no
te doy lo que necesitas por qué no me dejas tomar mis cosas y partir?
¿Por qué no puedes decidir entre atarme a ti o
dejarme partir? Van dos meses desde que te dije esas palabras. Dos meses en los
que me negaste la palabra y me trataste como a un patán. Dos meses donde te
dedicaste a inyectar nitrógeno líquido en mi corazón, como con las verrugas,
para matarla de a poco, para extirparla y decir “ya está, ahora no volverá a
salir”. Y yo podía ver, así como uno ve en los ojos de un niño el deseo
inocente que siente hacia el juguete nuevo, tu corazón pidiéndome a gritos que
fuese a consolarlo. Pero tu cerebro le decía otra cosa a tus filosas acciones y
palabras.
Ahora camino, en medio de la nada,
acercándome con cada paso hacia un nevado que jamás ha visto la mano del hombre
civilizado. Sólo aventureros vienen aquí. Sólo gente que sabe lo que quiere
encontrar. La nieve cubre el páramo y llueve con fuerza. Pero sigo caminando,
con mi mochila a cuestas. Mi ropa completamente empapada, raída por el viaje,
una delgada pared de género. La parca, los chalecos y los calcetines secos
están debajo del impermeable que cubre la mochila, esperando a que amaine la
tormenta o que nos instalemos por unas horas. El reloj decía mediodía, pero
bien podía estar desfasado por unas buenas 12 horas. Aún quedaban otras cuatro
para llegar al punto acordado.
En esas circunstancias mi corazón
pesaba menos que la suma de todos mis bultos, lo cual daba una extraña
sensación de ligereza que me permitía seguir caminando. Me había liberado de
una carga, de un lastre, un amor no correspondido como debía ser, y eso me daba
fuerzas.
No era que no nos amaramos, era
que amábamos de forma demasiado diferente.
Llegamos a la quebrada más impresionante de mi
vida justo cuando la tormeta se disipaba y podíamos ver las últimas luces tocar
el costado poniente de la meseta, coronada por la blanca ventisca. Levantamos
el campamento lo más rápido que pudimos y encendimos un buen fuego con la
madera que traíamos con nosotros. Nos recostamos muy cerca los unos de los
otros en el interior de la carpa y dormimos hasta que recuperamos todas
nuestras energías. Despertamos durante la madrugada y vimos como se mantenía
imponente, sobre nosotros la luna llena. Entonces decidí que era el momento.
Tomé mi daga de plata y acuchillé
mi corazón. No calló una sola gota. Así llegó el 24 de Junio, sin pena ni
gloria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario